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  1. Woody.

    domingo, 19 de enero de 2014

    #1

    No me parece buena idea esto de la escritura. No conozco a nadie que lo haga, Andy no escribía, pero Andy nos dejó, así que supongo que todo importa un poco un carajo. Prefiero entenderlo como una forma de matar el tiempo, como la bitácora que tenía Buzz cuando aún se creía un hueón espacial. Es lamentable saber que creerse un hueón espacial debe ser mejor que creerse/saberse juguete. Pero aquí arriba ya perdimos la noción de los días, y del tiempo, así que me remito a colocar números. Los chicos están cada día más desanimados, no los culpo.

    #4

    Rex escuchó a la Mamá de Andy diciendo que nos regalarían a una guardería. Le dije que no le contara a los demás, pero el neurótico de mierda soltó todo como a los 20 minutos. Tenía mis motivos, y fueron correctos: causó problemas. La mayoría rechazó la idea, a Jesse le encantó, pero Jesse es la más necesitada de todas y creo que nos pueden haber regalado a un niño manco y estaría contenta. Ahora hay tema de discusión. Lo más enfermo es que me agrada. Creo que llevábamos unos cuantos días sin hablar, sin que hubiera ninguna palabra. Excepto por el Cerdo, pero eso es más largo, y no tengo ganas de escribir, nunca las he tenido.

    #6

    Ayer me escabullí, ninguno de los chicos se percató. Me oculté sobre una repisa en la habitación de Andy y esperé. Llegó tarde, si es que mi noción de tarde es la adecuada, porque en El Ático nunca es tarde, ni temprano, ni mañana. Se quedó dormido y al rato comenzó a tener arcadas. Desde la habitación lo escuché vomitar. Nuestro chico ahora juega con botellas, borracho como culo. Lo miro y espero hasta que duerma.

    #11

    El Cerdo, si, el maldito Cerdo. Yo tenía a Andy, a Buzz lo fabricaron con una sonrisa, Jesse ya había sido abandonada y tenía una injustificable-molesta-preciosa esperanza, Rex se distraía con su paranoia y Barbie simplemente esperaba que llegara Ken. Todos teníamos -por más ridículo y pequeño-, algo de que aferrarnos, excepto Cerdo. Cerdo tenía una misión: juntar dinero, y en El Ático no había dinero, ni en que gastarlo, ni quien lo depositara. Se quedó, literalmente, vacío, sin motivo, con un tajo enorme atravesándole la columna y la cordura. Comenzó a vagar por los rincones de El Ático y un día pasó: comenzó a hablar con Las Ratas. Supieron, inexplicablemente, comunicarse, y Cerdo se volvió su líder. Cuando llegaron los días silenciosos, podíamos escuchar a Cerdo roer, roer vulgar y terriblemente, haciendo eco en su enorme vacío, escudriñándose en los rincones y en nuestras consciencias.

    #15

    Lo de visitar a Andy se volvió una rutina. Cierto día me disponía a retirarme cuando tropecé con sus pantalones. En ellos encontré un papel con hierba adentro, parece una especie de cigarrillo. Subí a El Ático y lo encendí, en el rincón delantero, donde hay un agujero y se puede ver la luna. Nunca había experimentado algo así. Me sentí como cuando Andy jugaba con nosotros, cuando todos eramos jóvenes y brillantes y no estábamos rotos, cuando la vida era más. ¿La vida, que mierda era la vida, existía acaso alguna certeza de que estuviéramos realmente vivos?, porque somos juguetes, las personas duermen y se emborrachan y se olvidan. Los juguetes van a El Ático, con las ratas y los locos. Pero si me cortan la cabeza puedo seguir hablando, tampoco estamos muertos, somos algo en medio.

    #21

    He seguido sacando de los cigarrillos de Andy, pero con el tiempo comenzó a darse cuenta, por lo que saco pequeñas cantidades y he sabido racionarlas. Buzz y Jesse y el resto comenzaron a fumar conmigo. Todos se ven más contentos así, supongo que sienten lo mismo que yo. Rex se torna extrañamente silencioso, tanto que resulta molesto, lo cual a nadie le parecía posible, solo se sienta y mira sus manos pequeñas, y murmura algo sobre lo poco que podemos aferrar, y lo poco que es nuestro. Creo que dejaré de darle cigarrillos.

    #26

    Las cosas pasan, ocurren, se salen de control. Rex comenzó a hablar sobre los juguetes. Los niños necesitan juguetes, eso repetía una y otra vez como un jodido enfermo. Primero nos reímos, a todos nos había pasado alguna vez eso de quedarnos pegados, pero Rex no se detenía. Jesse comenzó a llorar, Buzz golpeó a Rex hasta que le volteó la cabeza. Rex seguía murmurando los niños necesitan juguetes, Jesse lloraba como una maldita puta y todo el mundo comenzó a gritar. Hasta las ratas prefirieron alejarse del espectaculo. Jesse comenzó a gritar: ¡callate, callate mierda!, y Rex seguía. Era un diálogo eterno donde ninguno parecía responderse. En cierto momento, después de unos 37 cállate mierda, Rex guardó silencio. Segundos más tarde murmuró: Y nosotros necesitamos a Andy.

    #27

    No está, Rex no está, se ha marchado.

    #39

    Ayer bajé a ver a Andy. Bajé por la cortina y me senté a mirarlo desde el velador. Hace unos años mi instinto hubiera hecho imposible semejante ocasión, pero ahora nada importaba, y si Andy despertaba y me veía ahí mirándolo, las cosas no se pondrían peor de lo que ya están. Los niños necesitan juguetes y nosotros necesitamos a Andy. Porque nosotros no estamos muertos, no morimos, miramos a la humanidad desde arriba, desde El Ático, nuestro Olimpo, nuestra tierra de inmortales. Nunca fuimos nosotros los juguetes, los juguetes se rompen, si me cortan la cabeza puedo seguir hablando. Entonces había que hacer la prueba. Me puse de pié en su pecho y saqué la navaja de la hace años vacía funda de mi revolver. Y enterré, enterré la navaja en el cuello de Andy y la deslicé lentamente por su garganta hasta dejar un enorme tajo horizontal, como el de Cerdo. Y Andy abrió los ojos, me miró, y no gritó, y el terror lo consumió por completo. Solo se dedicó a desangrarse, mientras sus cada vez más opacos ojos no terminaban de entender.

    No, después no habló: era juguete.

    Y desde el fondo de la habitación, en lo alto de la repisa donde hace algunos días adoré al hombre-juguete que ahora no habla, pude distinguir una enorme sonrisa, una vil sonrisa llena de dientes, y unos brazos cortos, y una piel verde, y una mirada enfermiza que, por primera vez, en tantos años, emitió paz.

    Se acabó la espera.
    Se acabó la paranoia.
    Se acabaron los juegos.

  2. La Mujer Erizo.

    lunes, 13 de enero de 2014

    Yo amé a La Mujer Erizo.

    De aquello no reniego.

    No suena bien, pero nos encontramos por algo bastante parecido a la necesidad
    con gusto a nuevo
    con aires de locura
    con ganas pocas y de sobra.

    Y sin tener claro como, un día, me vi atrapado en el departamento de La Mujer Erizo.
    Pasamos la mañana haciendo el amor.
    La tarde cocinando fideos con mantequilla y queso rallado.
    Las noches no las pasamos.

    Había solo una regla.

    No puedes pasar la noche aquí.

    No pregunté, no quise hacerlo. Temí que la verdad me superara, quizá vi venir lo que ocurría.

    Pasaron meses, realmente comencé a pasar mucho tiempo con La Mujer Erizo.

    En algún punto comenzaron los problemas.

    ...

    Me encantaría decir aquello, escribirlo grande y en una sola línea, convencer al lector, a ti, de paso convencerme a mi un poquito. Lo cierto es que los problemas para mi empezaron el mismo día que La Mujer Erizo me dijo que no podía pasar la noche con ella.

    Pronto comencé a buscar otras cosas.

    Llegaba oliendo a cerveza, y ella se quedaba en la cama, acariciándome, preguntándome, esperando.

    Y hasta en esos tiempos, debo decir que fue bastante lindo.

    El tener siempre un lugar al que llegar, aunque ella no me quisiera siempre ahí, y cada vez le interesara menos.

    Comencé a sentir un hedor aplastante a rutina. Yo escapaba de mi vida y terminaba llegado al departamento. Ella me recogía como una especie de perro borracho/hambriento y luego me dejaba ir.

    Nunca le hice saber cuanto detestaba que me dejara ir, ni que jamás abandonara su departamento.

    Lo poco que entregaba.

    .

    Olvidar pareció más fácil.

    Pronto dejé de llegar.

    Hasta que un día me llamó La Mujer Erizo.

    Esa noche a las nueve estaba yo frente a la puerta de su departamento, y desde ahí la vi en la cama.

    Hicimos el amor, dormimos, y la habitación quedó en penumbras.
    Antes de cerrar los ojos, vi la silueta de su rostro entre las sombras,
    y pareció tan única, que la guardé para siempre.

    Horas más tarde desperté, entonces la vi.

    A mi lado, en su lado, acurrucada sobre las sabanas, dormía una tierna y pequeña erizo.

    No me moví. Cerré y abrí los ojos tantas veces como pude, pero fui incapaz de moverme. La habitación comenzó a dar vueltas y yo creí entender algo.

    Eso era todas las noches, todas las noches ella se transformaba en una preciosa erizo, la más preciosa que yo haya visto.

    Las cosas comenzaron a ponerse mejor.
    Mis apariciones fueron, lenta, muy lentamente, en aumento

    Amé a la mujer erizo y ella me amó.
    Cocinamos todos los fideos del mundo y comimos y dormimos e hicimos el amor hasta que no quedó nada.

    Una tarde llegué al departamento y eso había: nada.

    Dejó solamente los sillones y una carta sobre ellos:

    Amor, lamento tener que hacer las cosas así. Ya no puedo con tus inseguridades, y siento que tu tampoco. Necesito cosas nuevas, y no creo justo que me sigas esperando. Amé cada mañana, tarde y noche, y por un tiempo de verdad volviste este refugio un hogar. Pero (que horrible suena ese pero) la rutina me consume, y tengo que hacer esto. Te amo, pero no me hace bien.

    Me quedé quieto, esperando que algo pasara.

    El sol se escondió y la oscuridad reinó el departamento que alguna vez fue nuestro.

    Mi ropa cayó.

    La habitación se volvió gigante.

    El mundo cambió para siempre y sentí el suelo tan cerca como nunca.

    Yo fui quien escapó

    Yo fui quien no se atrevió a entregarse.

    Yo era el de las púas.

    Yo soy El Hombre Erizo.