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  1. Freddy.

    martes, 3 de marzo de 2015

    a)

    Se desconoce la causa.

    Se habla de placer, cariño, necesidad, estática, e incluso, desde los más optimistas, de amor.

    Lo innegable, aquello que nadie puede desmentir, es que diariamente se reúnen en el suelo miles de cabellos caídos.

    Hebras vagabundas se entrelazan, enrollan, acarician y acoplan. 

    Orgías velludas se arrastran desde el primer al último vagón.


    Cientos de bolas de pelos recorren los vagones del metro.

    Y la ciudad, por cierto, aún no se ha percatado de aquello.


    b)

    Al Freddy lo encontré un lunes.

    Desperté en tinieblas, al fondo del carril, con un niño que intentó despertarme en la última estación.

    No lo logró, y fuimos a parar al final, ahí donde los trenes duermen y el metro se alimenta de pasajeros somnolientos y objetos olvidados.

    Las luces bajaron, el niño lloró, eventualmente abrí una puerta.

    Caminamos el andén estrecho a oscuras y escuchamos algo que parecía un perro.

    Algo que parecía un perro se abalanzó sobre el niño.

    El niño no grita, ríe.

    La extraña criatura le hace cosquillas y lo acaricia.

    El niño le pone "Freddy".


    c)

    Lo visitamos varios días a la semana, esquivando horarios, guardias y rieles letales.

    Con el niño (al que llamaré niño, por motivos que no explicaré en este momento), realizamos una serie de descubrimientos:

    - Él Freddy está hecho completamente de pelo. No hay huesos, no hay carne. No intentaré insinuar que no había algo como un cerebro o corazón, simplemente porque me parece de mal gusto.

    - Gusta de pelusas, monedas de 10 pesos y todo lo que el tren lleve a la mesa.

    - Su plato favorito son las bolas de pelo.

    - A medida que come bolas de pelo, el Freddy crece. Es como si las adjuntara a si mismo.

    Lo último, eventualmente, pasaría a ser un problema.


    d)

    Él Freddy habla.

    Maneja un español fluido, elegante; soberbio. 

    Un ingles medio, superior al mío, al de Lucho Jara, casi igual al del niño.

    Sabe más chuchadas que cualquier persona que conozca.

    Tiene conocimientos de literatura contemporanea, enología, ornitología, mecánica y otras 174 disciplinas.

    Recuerda la dictadura, los mundiales y hasta la maratón de Hora de Aventura que vio el sábado.

    El Freddy, por cierto, no tiene tele.

    Y no tiene, tampoco, más de algunos meses de vida.


    e)

    Caminando por el andén, el niño se me acerca y me dice despacito, como si se tratara de algún secreto:

    - Él Freddy se come los recuerdos de las personas.

    - ¿Cómo?

    - Por los pelos po', tonto.


    f)

    Más tarde, es él mismo Freddy quien lo explica.

    Resulta que, según él, los cabellos guardan cosas, de sus antiguos portadores.

    Memorias, palabras, momentos, habilidades; dolores.

    Y todo aquello va a parar donde él Freddy.

    Así, aquella criatura que parecía perro había terminado por convertirse en una especie de deidad subterranea.

    Había sido tanto un amante voraz como una viuda solitaria; sanó malestares en las poblaciones y asesinó perros callejeros con veneno para ratas; había amado y había sufrido la inevitable incorrespondencia; vivió las adicciones más fuertes, probó las drogas más duras, entregó su alma a dios.

    Había abandonado todo lo abandonable; escuela, casa paterna, universidad, los innumerables huérfanos y huérfanas de la capital.

    No existe, por decirlo de un modo más simple, experiencia que no cruzara las hebras que lo componen.

    El hombre más listo y más viejo y más tierno y más cruel y más triste y más sabio y más joven no era hombre, y pasaba las noches en silencio, acurrucado como un ovillo entre los rieles de una estación terminal.


    g)

    "Me siento, con total seguridad, capaz de superar adversidades: ráfagas de depresión, vacíos existenciales, pérdidas fulminantes en cualquiera de sus formas. Sería poco honesto, sin embargo, no admitir que la sobrexposición a la naturaleza humana también ha terminado por someterme a lo más deplorable y nauseabundo de si misma, a la contraposición de experiencias, ideologías, credos o cualquier otra viga de contención humana. Y no puedo encontrar mal, no puedo encontrar verdad. No me veo capaz de callar ninguna de las voces. Me he vuelto un ser relativo, un simple manojo de pelos, un garabato a la distancia".

    Aquello fue de lo último que me dijo él Freddy.

    A la semana siguiente una extraña noticia circuló la capital.

    En cierta estación, segundos antes que el tren imparable la deshenebrara, una enorme bola de pelos emergió de los rieles.

    Millones de cabellos solitarios volaron por la estación.

    Algunos afirman haber escuchado un grito, similar al aullido de un perro siendo arrollado.


    h)

    Al niño lo veo de vez en cuando.

    Lo pillo en la estación, tirando pelusas y monedas a los rieles.

    No se le ve feliz, pero pareciera que lo entiende.

    Mejor que yo, pareciera.

    Jamás conté a nadie lo sucedido, no esperé que alguien lo creyera.

    Pero lo innegable, aquello que nadie puede desmentir, es que diariamente se reúnen en el suelo miles de cabellos caídos.

    Hebras vagabundas se entrelazan, enrollan, acarician y acoplan. 

    Orgías velludas se arrastran desde el primer al último vagón.


    Cientos de bolas de pelos recorren los vagones del metro.

    Y la ciudad, por cierto, comienza a percatarse de aquello.