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  1. Excusa abierta para Sabrina

    lunes, 26 de septiembre de 2016

    “Me fui de vacaciones
    lejos de los amores”
    RS.

    Según la teoría del desextrañamiento circunstancial y espacial, (teoría de dudosa reputación, endeble, deshuesada, frágil como su autor), existen circunstancias y lugares específicos que logran desextrañar una conducta, alcanzando algo similar a una auténtica liberación emocional.

    Así, el autor describe el caso de un rapero que rapea mirando un libro en la calle, invitando a los transeuntes a creer que lee en voz alta, cuando no es más que una técnica para disfrazar su entusiasmo y falta de métrica. También es mencionado el caso de una joven de cabello verde a la que pocas veces se le ve sin un cigarrillo en la boca. Esto, según el autor, no es más que un método para poder suspirar en paz, puesto que es sábido que el hábito del cigarrillo es mejor visto que un trastorno de ansiedad.

    Es el desextrañamiento espacial, sin embargo, del que quería hablarte, Sabrina.

    ¿Sabías que Las Bibliotecas fueron ideadas como templos de meditación y retiro?
    ¿Sabías que la soledad, el silencio, el distanciamiento voluntario, nunca fueron aceptados?
    ¿Sabías que llenaron Las Bibliotecas con libros para ocultar la verdad, para que desde afuera nos vieran y creyeran que en la literatura buscabamos el secreto?
    ¿Sabías, Sabrina, que al final nosotros también nos compramos esa mentira?

    Pero pasamos por alto el hecho de que el desextrañamiento espacial va más allá de un simple fenómeno social. El autor lo plantea como un fenómeno biológico, una catársis clavada en nuestra genética, incapaz de ser suprimida. El fenómeno siempre encuentra la manera de manifestarse.

    El último espacio de desextrañamiento al que hace referencia el autor es al Metro.

    Fue ahí que te conocí, Sabrina.

    Ahí, a una palabra coja/resbalosa/torpe de distancia. A un hola guachita, hace tiempo que no escribo, tengo ganas de abandonar mis cuentos tontos, de echar al agua mis poemas, de deshacerlos de apoquito y enjabonarte las piernas. Te voy a inventar un nuevo género literario, uno donde la sustancia elemental de la escritura sea la saliba. Uno no tan rebuscado. Húmedo. Que puedas apagar colillas en él y dejes el hielo de tus piscolas sin que se derritan. Práctico. Elegante. Que lo dejes orgullosa sobre el escritorio, o al fondo de la mochila, o al final de tu boca.

    Ahí, demasiado cerca para nuestro gusto.

    Entonces supe que te llamabas Sabrina. Y me gustó Sabrina porque está escrito con saliba. Con gusto cítrico. Color gasolina. Olor a detergente. Ahí supe que no eras Javiera, Natalia, Carla, ni Daniela. Esas son palabras insipidas, incoloras, inoloras. No podría con una Javiera más. Las Javieras te secan la boca tanto o más que las Carlas. Las Natalias te duermen. Las Danielas te arrancan el sabor.  ¿Has visto la panza de las aspiradoras, Sabrina?, ¿ahí donde se revuelven la mierda con las pelusas? Justo así te dejan el corazón las Danielas.

    ¿Has caminado por el pasillo del detergente en el supermercado, Sabrina? Cuando niño yo lo hacía y arrastraba la nariz por las cajas. Imagínate te hubiera conocido entonces, Sabrina. Ahora yo estaría en un coma cítrico, color gasolina. Me hubiera jalado todo el detergente de todos los supermercados por mantenerte derritiéndome el cerebro un ratito más. Pero ahora ya no voy al supermercado. Solo voy al Metro.

    Ahí, Sabrina.

    Donde se te acercó un guardia y te dijo eh, señorita, usted, si usted, la de las piernas bonitas y olor a detergente, no se haga la lesa. Y tu lo miraste con cara de que mierda y el te contestó pasa que los pasajeros están reclamando por que al guacho de al frente le está armando tremendo bullicio en la cabeza. Si, ese, al cara de endeble, deshuesado, frágil. Se le escapan miradas ruidosas con ritmo de reggaeton romántico y de tanto boche no deja dormir a los demás pasajeros. Corte el coqueteo, o se va a tener que bajar.

    Ahí, donde finalmente bajaste, donde los pasajeros entran y se aprietan y se prensan como los porros que no alcanzamos a fumar. En el último espacio de desextrañamiento, el lugar heredero de Las Bibliotecas, el lugar único donde podemos estar acompañados y en silencio sin que parezca incómodo, sin que esté mal.

    Por eso no fui ni seré capaz, Sabrina.
    Porque aquí no necesito tus palabras.
    Porque lo nuestro es bello y mentiroso como la literatura. Lo suficientemente destructivo como para destruir el Metro y convertirlo en otra Biblioteca boba.
    Porque no soy capaz de entregar mi soledad, mi silencio, mis distancias.

    De nuevo, ahí.

    Donde no te pinté pajaritos en el aire, ni te juré falso amor ni lo creiste.

    Ahí fue que te conocí, Sabrina.

    Justo ahí, donde nunca nunca nos conocimos. 


    Perdóname, Sabrina.

  2. ¿Qué te pasa?

    viernes, 8 de julio de 2016

    I.

    Que, al final, siempre me quedo.

    Que mis sospechas se engrupen solascon la idea de que        
                                                             derecha / curva / y d
    .                                                                                               i
                                                                                                       a
                                                                                                          g
                                                                                                             o
                                                                                                                n
                                                                                                                   a
                                                                                                                       l m e n t e,
                                                                              no hay mano para que él te importe.

    Que, siendo sincero, no se alcanzan a engrupir.

    Que estás en otra con otro y que a mi ni me importa ni molesta y que lo último es mentira.

    Que me juras.

    Que no te compro.

    Que estoy mal y no lo admito y no te compro.

    Le contesto que nada a tu cara de satisfacción, de derrota mía por goleada y autogoleada, de noquearme solo para que no te canses ni te alteres ni te muevas ni te duela ni me vayas.

    Que sonrías un ratito más, aunque sea a costa mía,
    me pasa.

  3. Ella quería recorrer el mundo

    domingo, 19 de junio de 2016

    -¿Y qué pasó?

    - Nada po, me hablaba de autoconocimiento y de retroalimentación y de otras palabras compuestas que nunca entendí.

    -Ya. Pero hasta donde yo sabía, ayer estabas con ella en Barcelona. Hasta vi unas fotos.

    - Esa es la hueá extraña. Cuando íbamos a partir le conté que no me interesaba eso del viaje, que sentía que era como una trotadora, como arrancar de uno mismo persiguiendo la idea de avanzar, pero terminando siempre en el mismo punto.

    -¿Y eso que tiene que ver?

    -Espera, po. La hueá es que me mandó a la mierda. Me dijo que estaba estancado y que tenía más miedos que sueños, que estaba totalmente vacío y nunca la iba a llenar. No me considero un hueón profundo, pero igual me dolió. Ahí fue que me dijo que mi energía negativa no la iba a detener y se iba a ir aunque tuviera que ir sola. Le pedí un día para pensarlo y al otro día supe que se había ido con el Jerry.

    -...

    -Yapo, pregúntame.

    -¿Y quién es el Jerry?

    -Es un consolador, uno bien caro.

    -¿Cómo?

    -Eso, agarró su consolador, uno que le regaló una amiga y se fueron juntos. Creo que no nota la diferencia entre los dos. Mira las fotos bien. ¿Viste?, ese no soy yo, es el Jerry.

    Me incliné hacia la fotografía y la pude apreciar en detalle.

    -Igual se parecen -dije.

    -Debe ser algo en la mirada. El punto es que ella ahora está recorriendo el mundo con el Jerry y no sé, siento que debería llamarla o algo. 

    -Pero ella quería alguien que la llenara y bueno...

    -No me hueís, po.

    -Es que no entiendo el problema. No querías ir y no fuiste.

    -Es que me reemplazaron por una hueá de plástico, o de goma, no sé, pero por algo verdaderamente vacío, algo falso. Si hubiera sido por otro hueón creo que no sería tan terrible, pero ... en el fondo es como si yo siempre hubiera sido un consolador.

    Ambos guardamos silencio. Evité cruzar la mirada. Me oculté en las fotos de Jerry con la chica. 

    -Mira, abajo de su teta izquierda.

    -Más respeto compadre, que de cierta forma sigue siendo mi mina.

    -Pero mira, mira bien. Tiene un pituto, ¿cierto?

    Miró detenidamente y abrió los ojos.

    -Oh, mierda.

    -¿Qué?

    -Esa es la Kimi, mi muñeca inflable.

    -¿Kimi?

    -Tu sabís que siempre me han calentado las chinas. Además, cuando te dije que el consolador se llamaba Jerry no dijiste nada así que no me hueís.

    Tenía razón.

    -Entonces, ¿dónde está tu mina?

    Sacó el teléfono y se alejó a un rincón. Luego de unos minutos, volvió a mi lado.

    -¿Y?

    -Parece que después de que peleamos, mi mina fue al gimnasio. Se estaba yendo cuando sin querer pasó sobre una trotadora. La hueá se prendió y ahí a estado todos estos meses, trotando. Ella también pensaba que estaba viajando.

    -¿Entonces?

    -Nada, dice que ahora que terminó su viaje es una persona distinta, que no guarda rencores y podemos intentarlo de nuevo. Creo que no es mala idea. Hasta podríamos viajar. ¿Que creís tu?

    Pensé en el Jerry y la Kimi.

    Sentí a la distancia el aroma de su romance plástico y me pareció auténtico.

    Miré a mi amigo a los ojos y percibí la muerte de un destello, similar a la batería baja en los celulares.

    Miré su cuerpo, que de a poco, dejaba de vibrar.

  4. Crísis en Santiagos Infinitos

    sábado, 21 de mayo de 2016

    "Multiverso es un término usado para definir
     los múltiples universos existentes (conjunto de universos en un solo universo),
     según las hipótesis que afirman que existen universos (versiones) diferentes del nuestro propio"
    Wikipedia.


    - Un aparente suicida, (o zoofílico con ganas de hacer un trío), entra desnudo a la jaula de dos Leones en el Zoológico Metropolitano.

    - Anonadados, dos Guardias observan la situación sin tener claro cual debería ser su actuar.

    - Ambos, siguiendo la lógica de que el hombre era un imbécil (o un violador de animales), lo dejan morir.

    - El mundo reacciona. En plazas virtuales como Facebook, Chilevisión, el Ciudadano y los comentarios de Cooperativa se debate por el valor de la vida. Discuten si acaso la vida humana, por más idiota que sea, es más valiosa que la animal.

    - La familia del suicida/zoofílico demanda al Zoológico Metropolitano. El Zoológico indica como responsable a la compañía seguridad. La compañía de seguridad culpa a los Guardias, quienes enfrentan millonarias demandas.

    - El mundo reacciona. En plazas virtuales como las anteriormente dichas, se discute la injusticia, la falta de criterio del sistema al catalogar a los Guardias como delincuentes. Otros focos se centran en la mala utilización de la palabra delincuente y en como no se aplica a los empresarios y políticos. Se leen manoseada y repetidamente palabras como "funa" y "repudio".

    - Los Guardias son acusados por no cumplir con sus labores ni velar por la vida humana que, por sobre todo, es sagrada. Son sentenciados a blablablabla (léase pudrirse en la cárcel).

    - El mundo reacciona. En las plazas virtuales anteriormente dichas, se leen manoseada y repetidamente palabras como "funa" y "repudio".

    - Los guardas se siguen blablablablando en la cárcel.

    - Arriba, en un cerro, dos Leones se acurrucan entre los barrotes. El macho inclina el cuerpo hacia la capital y ruge. Las fibras del rugido se esparcen por Santiago y una aterriza en mi. Busco mi diccionario felino-castellano y descifro lo que nos grita el León: Sociedad.

    - Ocurre otro maltrato/asesinato contra algún humano/animal.

    - El mundo reacciona.

    - Los Guardias terminan de blablabladirse en la cárcel.

    - El rugido del León sigue resonando.

    - El mundo no reacciona.






  5. Extra

    miércoles, 18 de mayo de 2016

    I

    Ninguna voz debe resaltar.

    Esa, es la regla primordial.

    No se trata, sin embargo, de que haya completo silencio: todo debe ser un murmullo, una sinfonía ornamental que de verosimilitud al asunto, la suficiente para hacerlo creíble.

    Cualquier libro, cualquier escenario, cualquier sueño.

    Así, por cierto, fue que terminé aquí.

    II

    - Ayer soñé contigo.

    Miré sus piernas, me emocioné pensando en la posibilidad de un coqueteo.

    - ¿Y que hacía yo?

    - Nada, erai un extra.

    - ¿Cómo, no hacía niuna hueá?

    - No, como siempre.

    Ella sonrió, y yo desperté aquí.

    III

    Los cowboys sin pega hace años, que solo fuman Hilton rojo y te dicen maricón si fumái mentolados.

    Los disfrazados, los niños-árbol o piedra: las muy feas para una estupenda Julieta, los muy tontos para un atrevido Romeo.

    Las parejas sin nombre, ni tacto, ni besos, ni sexo. Las citas de cartón para tener de fondo mientras los protagonistas celebran con copas bonitas de champagne.

    Los caminantes. Los transeuntes que detienen taxis que no llevan a ningún lugar. Los japoneses cruzando calles. Los jovenes europeos comprando drogas. Los millones de oficinistas que van bien/temprano/tarde.

    Los de sueños. Los más tontos de los tontos. Los que piensan que alguna vez existieron.

    Somos los extra, los anti-protagonistas.

    La bulla de fondo que torna menos mentira la mentira.

    Somos quienes realmente murieron en la cruz.

    Los que renunciamos a una vida para hacerte creer la tuya.


    IV

    Escribo esto sobre la barra del bar.

    Pido el mismo vodka malo de siempre.

    Las parejas enmudecen y miran al extraño.

    Los cowboys desenfundan con un cigarrillo en la boca.

    Los niños disfrazados de arbol afilan sus ramas.

    Los transeuntes se reunen fuera del Bar.

    Si usted, querido lector, se encuentra leyendo esto, significa que me encuentro en un terrible problema.

    Un metaproblema.

    Yo, el narrador, en mi egoísmo camuflado de literatura, he roto la regla primordial:

    AQUÍ NO SE ACEPTAN PROTAGONISTAS

    Entran los transeuntes furiosos.

    Estallan vidrios, muros, ojos, mesas y escaleras.

    Termino mi vodka, mientras balas y ramas perforan mi consciencia.

  6. Treinta likes

    lunes, 9 de mayo de 2016

    Ya, ahora si. Partiendo por que no entiendo cuando fue que toda la hueá se nos salió de las manos (con esto me refiero a que no le dis color, o no te cuento nada). Llevábamos un semestre intentando levantar nuestra agencia y nada, unos veinte o treinta hueones que por pena o accidente nos dieron un like. Nos pasábamos las noches y los días fumando hierba. Anotábamos las ideas con plumón en el ventanal del Claudio. El ventanal ahora está hecho mierda. El Claudio también. Pero no, no va al caso. La hueá es que cuando éramos una agencia cagona con 30 likes nos llegó un mail: una productora de cine quería que nos encargáramos de toda la campaña de promoción de su última película, la cual se esperaba fuera éxito del verano (el de los gringos, acá el frío entra y haciendo escándalo, en especial por el ventanal roto). Con el Claudio no creímos ni mierda. Llamamos al numero que dieron en el mail preguntando si era hueveo y eventualmente botamos el celular y llamamos desde otro numero negando haber sido los que llamaron antes (tu cachái, hay que parecer profesional, o en volá serlo). Nos explicaron algo sobre trabajar con gente joven y target y promoción y concepto y un montón de ideas que la marihuana y la locura del momento no nos dejó comprender. Accedimos a todo y antes de que nos diéramos cuenta llegó un cheque. Eran millones. Mira, mira esta hueá. Nunca en mi vida había tenido tantos billetes de veinte juntos. Tómalos. ¿Viste?, llega a pesar la hueá. A veces camino por el departamento y los veo dispersarse. Se mueven con la brisa o con los pasos y se esconden abajo del sillón. Parecen ratones, o así se siente. Remodelamos. Compramos sillones y pizarras y Macbooks y un Play 4. Y marihuana, mucha. El Claudio enrolaba un bate cuando nos llamaron para una reunión. Se nos habían pasado dos meses, dos putos meses. Comprando mierda y fumando y llenando la casa de colas, porque cuando se tiene plata y droga en exceso esa es la primera hueá que pasa: te dejan de importar las colas. No sabíamos que hacer y estoy seguro que, en ese punto, ninguno de los dos tenía idea de que trataba la película. Leímos los mails y descubrimos que trataba sobre superhéroes que se enfrentaban al Apocalipsis. Pasamos horas mirando la pizarra, cachando que nunca compramos plumones, que las ideas seguían difusas y se mezclaban con el humo. Entonces se nos vino la idea. O sea, al Claudio se le ocurrió, pero en ese momento eso no importaba. Terminamos el bate y nos fuimos con nuestro mejor terno. La idea era sencilla: convertir la campaña publicitaria en una experiencia para el espectador. ¿Por qué esperar hasta el estreno para descubrir el Apocalipsis?, ¡DEMOSLES EL APOCALIPSIS!, ¡VIVAN EL APOCALIPSIS! Disculpa si me pongo a gritar, pero es que así fue. Yo estaba ahí, gritando hueás como esos profetas de la calle. Pensaba que en cualquier momento nos iban a mandar a la mierda, pensaba en esos 30 likes como un punto final, la meta de una carrera corta donde no había listón ni fotos ni aplausos. Y justo eso: aplausos. A los de la productora les encantó. Nos dieron otro cheque gigante. Compramos el triple de la hierba que ya teníamos, incluso compramos plumones. ¿Sabías que hay plumones morados?, por ahí deben andar. Entonces nos pusimos a trabajar en el concepto. Sabíamos que el Apocalipsis era parte de la Biblia, así que lo buscamos en Wikipedia. Cachamos que es como el fin del mundo y tiene cuatro jinetes: Muerte, Hambre, Guerra y Victoria. Decidimos convertir a cada jinete en una especie de acto de nuestra campaña publicitaria. Arrendamos una cabaña gigante en Ancud, y eventualmente un yate. Compramos kilos de mierda industrial a varias empresas y los tiramos al mar. Ahí empezó el primer acto: Muerte. Los primeros en cagar fueron los salmones. La costa estaba llena de salmones muertos y de alguna forma me recordaban a los billetes abandonados en el departamento, o así se sentía. Los medios culpaban a la marea roja y las personas a los empresarios. Eso al Claudio lo emputeció, agarró montones de billetes y los tiró a la chimenea, hirviendo en mierda por la idea de que otros se llevaran el mérito por su trabajo. Me costó tres bates que se calmara, y tu sabes que realmente me costó, porque nunca he sabido enrolar. El segundo acto fue más fácil, porque derivaba directamente del primero: Hambre. Los pescadores estaban emputecidos, pero no tanto como el Claudio la noche anterior, o así se sentía. La idea era que la gente viviera el Hambre el tiempo suficiente para alargar el tercer acto y comenzar el cuarto justo en el momento preciso: la Victoria, el estreno del trailer final de la película. El problema es que los pescadores son cosa seria. La gente del sur es cosa seria. El segundo acto no alcanzó a generar la repercusión necesaria en los plazos correspondientes y de pronto estábamos en Guerra. En serio. Yo antes iba a mochilear a Chiloé. La gente era un amor mientras no fueras un cochino de mierda e intentaras con todo tu estómago no parecer santiaguino. Ahora míralos, prende la tele, revisa tu Twitter. Están todos movilizados. Cortaron el paso. Fue una cagá de antología. Pusimos en Guerra a una isla entera y los cheques nos seguían llegando. En Santiago se culpaba a las empresas salmoneras, e incluso llegaron mensajes de apoyo desde otros países. Volvimos al departamento y el Claudio se fue desmoronando mientras consumía más diarios y más tele. Siempre he dicho que esa mierda hace mal. Desde la productora nos aseguraban que la campaña era un éxito, pero eso al Claudio no le bastó. No habló en semanas. Fue cuando dejó de fumar que me empecé a preocupar. Me acordé de lo contento que lo pusieron los plumones morados. No encontré más, pero compré cogollos morados. Volví y me encontré con un marco hueco que en otra vida había sido ventanal (y a veces, pizarra). Los vidrios caían como llovizna y aterrizaban sobre el Claudio. Mira, mira por el ventanal roto. Son catorce pisos. Ahí aterrizó. Esa mancha que parece mancha. Eso es lo que quedó del Claudio. Otra vez: no entiendo cuando fue que la hueá se nos salió de las manos. Supongo que fue cuando nos dejaron de importar las colas, porque esa hueá te cambia. Ahora tenemos un millón de likes, un millón conchetumare. Tengo que ir a recibir un premio a Florida. Es una premiación internacional a las mejores campañas publicitarias. No cacho mucho inglés, pero se lo voy a dedicar al Claudio. Mañana sale el trailer y probablemente llegue otro cheque gigante ... Ya, ¿viste?, sabía que me ibai a mirar con esa cara de mierda. Mejor no te contaba nada. Siempre le dai color.

  7. I

    Las polillas invaden Santiago,
    o eso dicen las noticias.

    Se habla de plagas, incluso 
    y hasta Salfate tiene sus teorías.

    Escribo un texto acerca de ellas, 
    de cómo las mariposas se asustan y suben hacia la cordillera.

    Nunca termino el texto.
    Esto es lo más parecido a aquello.

    II

    Comienzo a escribir un libro,
    se llama El amor en los tiempos del ébola.

    Los tiempos corren
    y cada palabra me aleja de esos mismos tiempos de los que intento hablar.

    Así, en determinado momento, me percato de que han pasado años
    pero sigo sin poder sintetizar aquello que entendía como El amor en los tiempos del ébola.

    Pienso en que suelo retrasar las cosas

    III

    Hay una chica dando vueltas por mi cabeza,
    o eso dicen las noticias.

    Las polillas ya dominan Santiago
    y se esconden tras sus cuadros y espejos.

    Es la síntesis de todo aquello que entiendo como El amor en los tiempos del ébola
    es mi amor, mi amorcito en los tiempos del ébola.

    Todo aquello, sin embargo, se niega a brotar en forma de lenguaje
    y las palabras aceitosas se resbalan de las páginas de mi boca.

    IV

    Las polillas abandonaron Santiago.

    Corrieron los tiempos del ébola.

    La chica sigue dando vueltas y nadie la detiene

    Sigo pensando en que suelo retrasar las cosas.

  8. Lloras de noche en medio de la carretera

    miércoles, 2 de marzo de 2016

    Espera.

    Deja que la luna hambrienta consuma las luces del cielo y la carretera.

    Presta atención.

    No se trata de algo sobrenatural.

    Tampoco de sentarse en un asiento específico.

    Limítate a escucharlos y entenderás:

    Los buses lloran de noche.

    Justo en medio de la carretera, cuando los pasajeros duermen y nadie los ve.

    Como tú, cuando aprietas los dientes y garugan tus ojos y te ocultas para que nadie te ofrezca un abrazo y dé inicio al diluvio.

    De norte a sur.

    De sur a norte.

    De tu casa al trabajo

    Del trabajo a tu casa.

    La misma senda.

    Sin desvíos ni paradas.
    Y claro, algún auto insomniótico se cruza con ellos.

    Les grita en un bocinazo optimista que no hay por que llorar.

    Que hay mucho más norte, e incluso más sur.

    Los buses escuchan y asienten entre cambios de luces.

    Como cuando tus amigos consiguen un nuevo trabajo.

    Como cuando tus amigos lloran por el término de una relación.

    Como cuando tus amigos sonríen por el comienzo de otra.

    Asientes.

    Asientes.

    Asientes.

    Pero no comprendes.

    Porque la depresión dejó de ser intermedia y no te basta que haya más norte, ni sur, ni amor.

    Porque son caminos recorridos y te angustia pisar tus huellas.

    Otra vez:

    Los buses lloran de noche.

    Y si esto no es noticia para ti, significa que algo anda mal:

    Esperas

    Las luces se consumen.

    Los pasajeros duermen

    Nadie te ve.

    Aprietas los dientes.

    Garugan tus ojos.

    Comienza el diluvio.


    Lloras de noche en medio de la carretera.


  9. Crecencio

    lunes, 4 de enero de 2016

    A un niño pequeño, M, no lo dejaban tener mascotas.

    Su hermana, P, tenía un culo impresionante, matemáticamente perfecto, de un tamaño enorme, inversamente proporcional al de su cerebro. Y el único vínculo que sostenía nuestro romance eran mis feroces ganas de culearmela.

    Sandra, la madre de ambos, era una perra exitosa que se la pasaba tomando margaritas en la cocina y hablando por teléfono.

    Y sí, tenía el mismo culo que su hija.

    - Mi mamá no me deja tened mascotas -dijo el pequeño.

    - Si me contaron.

    - Yo solo quiedo una todtuga.

    Corrían las semanas y P aún no me daba la pasada. Caminé dirección a su casa a terminar todo y entonces vi al pequeño en el living, jugando con una pecera. Corrió hacia mi y me sentí bajo el ataque de un pequeño hombre esponja (o niño esponja). Entre sus pocos dientes caían cascadas de baba, mientras sus manos y mangas chorreaban y daban la sensación de que el niño esponja estaba lleno de agua, que paso a paso se deshidrataba, transformandose en un estropajo a medida que acortaba la distancia, dejando rastros de una bestia que se asoma con velocidad.

    - Es mi mascota, se llama Baddy y bdilla en la oscudidad.

    Aquél momento me perturbó. Mire hacia la cocina y el marco de la puerta me dibujó un cuadro renacentista, uno donde una mujer de ropajes caros y apretados hacía de balanza bajo un arco de medio punto, sosteniendo un teléfono de un costado y alzando una copa del otro, mientras se miraba en un enorme espejo que se alzaba al fondo.

    - Tía.

    - Espérame, gordito.

    Habló unos minutos más y me miró por primera vez.

    - ¿Dime?

    - Tía, yo...

    - No me digái tía, dime Sandra.

    - Ya. Sandra, ¿Que tiene M en la pecera?

    - Al Barry, su mascota.

    - Pero eso es un juguete.

    - No, gordito -rió-, no es un juguete, es un crecencio.

    - ¿Los que crecen con agua?

    - ¡Esoooooooo!, viste, no es lo mismo que un juguete.

    - Pero no es una mascota.

    - ¿Por qué no?, hay que darle agua para que crezca, como a una mascota. El niño le da comida, así que cada cierto tiempo hay que limpiarle la pecera, igual que a una mascota. Puede jugar con él, igual que una mascota. ¿Lo mejor?, es que nunca se va a morir, nada de traumas como cuando a la P se le murió ese hamster ... ¿Cómo se llamaba?, bueno, lo importante es que no se muere, y si le llega a pasar algo lo cambiamos por otro y listo.

    - Pero, si se da cuenta ...

    - Gordito: no se va a dar cuenta.

    - Ya.

    Subí a la habitación y ahí estaba P, con su culo maravilloso y su mirada transparente, ausente de pensamientos, carente de nociones sobre el bien y el mal, honesta y brutalmente vacía. Me acosté a su lado y tomé su mano.

    - Mi mamá le dio un crecencio a mi hermano y lo puso en una pecera.

    - Si -contesté

    - Está enferma.

    - No, no sé ...

    - Tranquilo, no importa, supongo que todos en esta casa lo estamos. Hasta mi hermano, que lo único que hace es babear. Probablemente el crecencio sea el más normal de la familia y no sé si eso sea triste o no.

    Entonces se abalanzó sobre mi y nos besamos hasta que la falta de sexo volvió a aparecer en mi mente e inventé una excusa para irme.

    - Oye -dijo.

    - ¿Ah?

    - Te quiero -sonrió.

    Caminé de vuelta hasta mi casa y no quise tomar ninguna micro.

    Siguieron pasando las semanas y no supe si aún era ese culo lo que me llevaba a esa casa o el extraño mundo que componía su interior. Tampoco tuve claro si realmente sentía algo por P, pero me sentía bien estando con ella y cruzandome con su mirada desierta.

    Cierto día nos besábamos en su habitación cuando escuchamos a M gritar. Bajamos a toda velocidad y lo encontramos en el patio, bajo el sol más fuerte que envió aquel verano.

    - Oh, mierda -dijo P.

    El niño esponja lloraba de rodillas y se deshidrataba de a poquito. Entre sus dedos, al mismo tiempo, algo que no era él se resquebrajaba. El polímero que alguna vez tuvo forma de tortuga y alguna vez se había llamado Barry sufría una lepra fulminante, causada por una larga exposición al sol.

    - Quedía sacar al Baddy a caminad y lo dejé mucho dato y ahoda se mudió -dijo M, mientras lloraba.

    P y yo lo intentamos consolar, sin mucho éxito. En algún punto llegó la zorra de su madre y le prometió a M comprarle otra mascota, pero el pequeño no respondió. Decidí marcharme y P me dijo lo mucho que había significado para ella que yo hubiera estado ahí, que de verdad sentía que me amaba. Salí corriendo y decidí no tomar ninguna micro. Vagué por montones de cuadras intentando llegar a algún lugar, caminando lo más lento que pude, sintiendo que me resquebrajaba. Miré al sol directo a los ojos, al mismo que había asesinado al pobre Barry, lo putié, juré venganza en nombre de todos los crecencios abandonados a la suerte de una tarde de verano y entonces me deshidraté, del mismo modo que el pequeño niño esponja lo hizo en el patio de su casa.

    Algún día volví y me encontré con la pecera habitada por una tortuga, una de verdad, mientas el pequeño M estaba sentado en un sillón, sin decir nada y con una mirada similar a la de su hermana. Caminé hacia la escalera y me encontré en el marco de la puerta de la cocina, reflejado en el espejo gigante, formando parte del cuadro que el fantasma de una zorra había abandonado.

    Entonces entendí que lo que destrozó al pequeño M no fue la muerte del crecencio, si no el descubrir que uno puede llegar a querer, e incluso amar a una mentira.

    Terminé con P, esperando que no se resquebrajara cuando algún día la dejara al sol.

    Decidí no volver a la casa de la gente esponja.

    Salí por la puerta principal mirando al sol con respeto, preguntándome cuál era aquella mentira con la que yo me había llenado.

    Y si, el Barry era el más normal,
    el más normal de todos nosotros.