Rss Feed
  1. Doce

    martes, 9 de diciembre de 2014

    Dejé Santiago porque pensé que allí no habría nada para mi.

    En el sur encontré techos altos, camas absorbentes y más tiempo del que quise para pensar. 

    Volví queriendo ser mejor, no que otro, no que el mundo, no que aquella.

    Que mi.

    El mejor De Lefént posible. 

    Enfrenté juicios, me enamoré de todas las piscolas del mundo, arrugué horas de sueño y arranqué de la caricia porque aquella lo haría todo más fácil, más cómodo, más habitual.

    Creí entender - o desentender-, no se que chucha, y asumiendo un año de errores fui tras la mujer que me amó y después ya no.

    Contra todo pronóstico, por cierto, me volvió a amar, y así volví con la mujer que me amó y después ya no y después ya sí.

    Abandoné las piscolas coquetas, dormí todas las horas que mi mamá y los médicos y los sanitos dicen que son buenas y abracé la caricia porque lo haría todo más fácil, más cómodo, más habitual.

    A la mierda el mejor De Lefént posible.

    El mejor novio posible.

    Y jamás me quise.

    Entré a estudiar una carrera que no me importaba. Me iba temprano todos los días porque sentía que todos eran hueones y yo también. No veía a mis amigos. Lloraba solo día por medio y le intentaba explicar a la mujer que me amó y después ya no y después ya sí que no era su culpa.

    Me encontró llorando un perro en un carrete, al otro día me llevó a mi casa. De aquí no se ha ido, por cierto.

    Cuando me saqué la pera del corazón y del culo, ya estaba borracho y mis notas se habían ido al fondo del vaso. Dejé de leer los diarios y desenchufé la zapatilla que extendía la autocompasión y la tele. 

    Vacilé y vacilé y vacilé y vacilé y recordé que unos meses antes quise ser mejor y vacilé y vacilé.

    Dejé a la mujer que me amó y después ya no y después ya sí (y ahora ya no). Dejé una vida que era llegar y llevar, una más fácil/cómoda/habitual.

    Conocí Valdivia y sus papás fritas y no vi su cine.

    Escribí unos cuentos, grabé un corto, hice amigos, le sonreí a minas en el metro.

    Ahora no tengo novia ni planes 
    tengo si, unos cuentos, un corto, piscolas coquetas y un perro que me quiere por llorón.
    pero me percibo menos ahueonao.


    .

    Tengo una amiga que me da besos y se ríe de la gente en el metro
    y yo también me río.



  2. El Desventurado Hombre Goma.

    domingo, 16 de noviembre de 2014

    Supe de él a los 17 años, mientras realizaba una investigación en prensa, allá por el Archivo Nacional, para una tarea.

    Sus primeros registros datan de una extraña demanda por acoso sexual, donde la demandante -una mujer, por lo demás, bastante agraciada-, testificaba "haber sido punteada a 6 metros de distancia en plena Alameda". 

    Tras su pésimo salto a la fama -donde se dieron a conocer sus habilidades de estirar cualquier parte de su cuerpo-, trazó una ruta por programas de talento y circos ambulantes, pero una racha de mala suerte pareció apadrinarlo durante sus viajes, logrando únicamente dos trabajos estables: limpiavidrios de edificios -trabajo que realizaba desde el primer piso-, y reponedor del Homecenter.

    Hay, sin embargo, un hecho puntual que enorgullecía al Hombre Goma.

    Durante una tarde de febrero, en la que el Hombre Goma realizaba malabares en un semáforo, la falla en un calefont de un departamento generó un incendio que se propagó en cuestión de minutos. El Hombre Goma, jamás valiente jamás heroico, extendió su cuerpo formando una cama elástica y salvando a 2 familias completas que se encontraban en los últimos pisos. 

    Minutos antes de que Carabineros lo llevara detenido por hacer malabares, un periodista se acercó preguntando que se sentía ser un héroe, a lo que el Hombre Goma contestó: 

                             Un punto blanco, por así decirlo, entre una vida de manchas.

    Intentó, infructuosamente, patentar su nombre para comenzar así su vida de justiciero, pero encontró su primer enemigo en la vieja puta del Departamento de Propiedad Intelectual, la cual en reiteradas veces le explicó que Hombre Elástico, Hombre de Plastico y prácticamente cualquier variable ya estaban registradas. Si a alguien le interesa, en Youtube se pueden encontrar vídeos de una pelea entre ambos personajes, luego de que la vieja puta del Departamento de Propiedad Intelectual se riera del nuevo nombre que el Hombre Goma le había propuesto: Flexiblón.

    Así, tras seguir la desventurada vida del Hombre Goma, me aventuré a encontrarlo.

    Sobre su locación no puedo hablar, pero me está permitido contarles que ahora vende figuritas de arcilla, hechas a mano por él mismo, y que son bastante bonitas. 

    Hablamos de cine, de la diferencia entre porro y paragua, y hasta me enseñó, con malos resultados, a hacer malabares y usar las clavas. 

    Jamás, sin embargo, me dejó llamarlo Hombre Goma.

    Era un título que lo atormentaba.

    Dos palabras acopladas a su pecho, avinagrando su fortuna, su ruta, su vida.

    "Es que la goma nunca cambia -dijo-, se estira hasta límites insospechados, alcanza alturas que las nubes miran envidiosas, pero nunca cambia".

    Ambos guardamos silencio.

    "Siempre vuelve a ser igual" -Sentenció.

    Y así, hasta la fe se estira.

    Elijan el concepto que a ustedes les resulte más cómodo, o significativo.

    Éxito, salud, diversión, amor. 

    Todo, para el Hombre Goma, era inmutable.

    Así, hasta su corazón se quedó pequeñito, y recuerda únicamente con alegría aquél instante heroico. 

    Jamás volví a visitar al Hombre Goma, algo en mi no me lo permitió.

    Guardé mi investigación y no revelé a nadie detalle alguno, hasta hoy.

    En la tarea, que entregué en blanco, me saqué un 1, y la pegué a un muro.

    De vez en cuando la miro y te hace sentir extraño, como medio hueón pero alegre.

    Un punto blanco, por así decirlo, entre una vida de manchas.

  3. Cuando se incendió la papelera.

    jueves, 16 de octubre de 2014

    Tenía 13 años cuando se incendió la papelera.

    No es algo relevante, sin embargo. No se trata de que ambos hechos guarden alguna conexión especial, o hasta un tipo de secreto, no es ninguna especie de recurso literario ni menos algo que busque reforzar el realismo de la historia.

    Se trata únicamente de una certeza, de las pocas que me quedan, de aquella época.

    Tenía 13 años cuando se incendió la papelera, y la gente me decía que parecía triste.

    .

    Salía del colegio y era viernes y eran casi la 1 de la tarde y quería un trago y sólo podía pensar en que era viernes y que el sol reventaba como nunca sobre los uniformes.

    Entonces acostumbraba salir con un grupo de compañeros a ocupar las plazas vacías, a tomar ron o chela o lo que hubiera y hacer ruido y fumar cigarrillos y sentirnos de lo más que hay. 

    Aquella espera, la de las tardes de viernes y tragos y noches y -ocasionales- llantos, era lo único que me mantenía despierto, que hacía soportable las voces estúpidas de los profesores y de mis compañeros y de mis padres, que permitía levantarme de la cama algunos días por semana sin preguntarme: mierda, ahora qué?

    Comenzamos a tener problemas con vecinos que vivían en los lugares donde nos íbamos a tomar, así que caminamos a mi casa antigua, que quedaba solo a cuadras del colegio y de la cual aún guardaba yo unas llaves.

    Alguien arrancó unas naranjas de un árbol en él camino, y dijo algo sobre la primavera.

    Ya dentro, nos fuimos hacia la que antes era mi habitación, y nos pusimos a tomar un vodka que no recuerdo de dónde salió. Me quedé en la ventana mirando el pasto seco del patio de atrás, entonces alguien se me acercó y dijo:

    - Por qué siempre estás enojado?
    Le contesté que no lo estaba, y que iba a faltar jugo.

    Entonces se escuchó una voz desde el que antes era living.

    - Oye, hay alguien afuera.

    Sonó un ringtone polifónico de mierda que me entró por las arterias y se escurrió por todos los rincones de la casa, alguien comenzó a gritar y golpear la puerta, las naranjas rodaban por el piso y tuve miedo y me pregunté qué era eso que habían dicho de la primavera.

    Contesté el teléfono.

    Resultó que una pareja tenía que venir a vender la casa, pero escucharon ruidos y pensaron que eran ladrones. Llamaron a mi madre y ella me llamó a mi. Me puteó hasta los cocos y me dijo que me fuera cagando a la casa.

    Cuando salí por la puerta principal estaba la pareja arriba de una camioneta, dos vecinas sapeando desde la vereda norte, mis compañeros estaban atrás y mi rostro debía encontrarse en un punto medio, porque todos ellos parecían haber fijado la mirada en mi, y todos pensaban que yo estaba mal.

    Nos fuimos y en el camino nos encontramos con un amigo. Uno de mis compañeros le ofreció lo que quedaba de vodka, y el ardor me atravesó y de pronto me di cuenta que le había quitado la botella y me la había bebido completa y que si iba a faltar jugo.

    - Qué mierda te pasa? 

    No respondí y me fui al paradero. Cuando ya estaba en la micro no entendía nada, y me aferraba a un fierro como si fuera lo único, completamente seguro de que aquel fierro sostenía el universo, la economía, a dios, a todas las cosas en las que creían los sanos y los bonitos, y hasta a mi mismo.

    Me veía tan como el pico que una embarazada me ofreció el asiento.

    Luego solo recuerdo haber llegado a mi casa ebullendo alcohol. Subí a la terraza y fumé el único cigarrillo que me quedaba. En algún punto comencé a llorar.

    Y no era porque estuviera triste, ni enojado, ni mal.

    Era la vida en si.

    Que no era ni muy mala, ni muy difícil, ni muy triste.

    Era simplemente hueona, una vida demasiado hueona. 

    Y entonces nevó.

    Los copos cayeron sobre mi y la terraza y pensé que era primavera y que las cosas debían estar realmente mal.

    Atrapé uno con la lengua y reconocí algo: sabía a colillas.

    Era ceniza.

    La papelera de Puente Alto ardía y el viento se encargó de que todos lo supiéramos.

    Seguí llorando un rato y en algún punto me detuve.

    Cuando tenía 13 años, Santiago Oriente fue cubierto por delicados esbozos de papel.

    Y aquello fue lo más hermoso que vi, aquel año.

  4. Ni una.

    Ni su nombre
    Ni su edad
    Ni como está
    Ni de donde viene
    Ni si le gusta con o sin hielo.

    Nada, los culiaos.

    Pero le gritan, si, le gritan.

    Que es bien maricón, que por qué no deja el pórtico, que corte el hueveo.

    Y él, que igual debe ser medio hueón, los mira desde su trono
    los mira como si entre aquellos y el pórtico hubieran tiempos espacios y dimensiones
    y los putea.

    Nadie habla de las mañanas frías donde barre el pórtico
    aquellas donde arrastra las colillas hasta el abismo
    donde deja su mundo reluciente y lo pisa y lo quiere
    porque no hay nada más allá.

    Como en los viejos cuentos de piratas
    esos donde la tierra es cuadrada y al final hay un abismo con monstruos.

    Tampoco saben de las noches que lo intenta
    (abandonar el pórtico, me refiero)

    Se venda los ojos y camina los tristes cinco escalones
    uno
    dos
    tres
    tres
    tres
    cuatro.

    ...

    Quita la venda y se encuentra en el principio.

    Y es que la vida, piensa, no es muy distinta.

    Viviéndola a oscuras.

    No hablan sobre esas tardes donde lloraba como una puta
    donde abrazaba su pórtico y le susurraba preguntas
    donde se calmaba después de oír las respuestas
    y lo abrazaba y lo abrazaba y lo abrazaba

    ¿Alguno supo de esa mina,
    la que iba al pórtico?
    La que parece que le daba la pasada.
    La que le preguntó por qué no dejaba aquél pórtico
    La que escuchó un ¿qué hay de grandioso en ese mundo?

    No, no cachan.

    No sospechan que de cierta forma, todos tenemos nuestros pórticos.

    Y que, de esa misma forma, no los dejamos, porque tenemos miedo de dejarlos.

    ¿Por qué el Chico del Pórtico no deja su pórtico?
         Porque tiene miedo de dejarlo.

    Aquello, es lo único que sabemos

    De él, de nosotros y del mundo.

    Así de triste.

    No saben niuna hueá del Chico del Pórtico.

    Yo tampoco.

  5. Ese.

    martes, 27 de mayo de 2014

    Sobre aquel sujeto - si acaso merecedor de denominación aquella-
       poseedor de pies
    ausentes de cuestionamientos, dudas, indecisiones, tropiezos
    distinguidos en artes mixtas como baile/perreo, futbol y el pisar  
                          (sin equivocarse)
     acelerador - freno - embriague 


    jamás sometido a la mirada de pacos/suegros/jueces/padres/exs
       portador de salud envidiable,
       carente de moretones y labio dientes lenguas manchados
       economicogastroemocionalmente estable.

          de neurona(s) sanitas poco expuestas a sustancias
      (casi nuevecita(s) de paquete, poco uso)

    seguidor ferviente del carpe diem VIVE LA VIDA PERRO!
                                                                              /VO DALE

    falto de sensualidad y experto en amoramores
    te amo . te quiero . me encantas. mi vida. juntos por siempre
    - mencion honrosa, doctorado en manoseos amorosos y en sus respectivos términos y versos. 
      (para mas información, dirigirse a la linea dos de este mismo párrafo)


    de risa fácil a flor de - boca
                                    - pico
                                    - ron cola (4.500)
                                    - disco
                                     - te llevo a la casa
    ¿ o era disco, ron cola, boca, te llevo a la casa, pico ?


    con ojos, izquierdo y derecho
    habilidosos en cosas (cosas, esto, aquello, eso (en volá))
    con respectivas limitaciones producto de la exposición a sustancias
    Li (librium), MMA (miradas de mujeres con autoestima), Et (etcétera).

    A Ese:
    vonito  simpático  
    amoroso   semiautoanalfabeta  
    fan de CR7/Toreto
    fiel
    (fiel fiel fiel)
    buena  familia
               carrera
               dentadura
                futuro

    A Ese:
    seguro 
    caballero
    típico
                        no-solitario
    emprendedor
    gueta
    huea
    falto de poco
    feo culiao
    maricón
    buen pololo
    feo culiao
    feo culiao
    feo culiao
    feo culiao
    feo culiao
    mejor.

    que te* alejó, de mi*

    _________________________________________________________________________________
    * los pronombres pueden ser cambiados de posición el uno por el otro, en virtud de lo que al lector le acomode.                     -   

  6. David Juan´s.

    martes, 1 de abril de 2014

    Mi nombre es David Juan's.

    El pirata más peligroso de Cartagena y los 7 mares.

    Hace eones una mujer me hizo cosas malas.

    Me gustaban esas cosas malas.

    También me hizo cosas muy malas.

    Esas no me gustaron.

    Así que tomé una cuchara de helado y me arranqué el corazón.

    Con mi espada hubiera sido mas fácil, pero demoré mucho en llegar a esa conclusión.

    Desde entonces navego de un rincón a otro, recogiendo las almas de pobres hueones.

    Calipso no fue la única que me cagó.

    Un tal Jones me robó la historia, algunos dicen que yo le aposté la historia borracho, jugando cacho.

    Quien chucha sabe...

    Uno de esos pobres hueones que recogí se llama De Lefént.

    No sabe como llegó a mi barco, ni tampoco al mar, balbucea algo sobre una caja de vino.

    Se mueve poco, trata de distinguir algo entre lo que le quedó de un libro mojado.

    Intenta desesperadamente conseguir tabaco, y jamás rechaza la sidra.

    Es flaco y pajero, así que le ofrezco reventarlo a puñalás y evitarle una eternidad de esclavitud.

    Pero el joven pirata se niega, y me cuenta que tiene un blog, que si lo dejo ir me deja escribir una entrada.

    Me emputezco, ¿por qué chucha querría escribir en un blog?

    ¿Quien mierda querría siquiera escribir?

    "Cualquiera lo suficientemente desesperado como para intentar algo útil" -responde.

    Yo acepto.

    Hasta leo algunas entradas, y me da un poco de vergüenza y de pena el culiao.

    Es que en sus letras veo algo como el mar.

    Y en el fondo debe estar su corazón enterrado.

    Ahí, en algún lao.

    Al fondo de los abismos abandonamos nuestros tesoros.

    Así que lo dejo ir, con la promesa de que recupere su corazón.

    El dice que se irá, si yo decido recuperar el mío.

    Yo le explico que renuncié a mi corazón, que jamás lo he perdido.

    "Entregar también es una forma de perder" -responde.

    Y salta por la borda.

    Nada en dirección opuesta a tierra firme.

    Se pierde en la distancia, el joven pirata.

    En alguno de sus textos, atrincherada entre las palabras, marco una equis.

    ...

    Ojalá sepa verla, el joven pirata.

  7. Supongo.

    lunes, 24 de marzo de 2014

    - Me dijo que quería estar sola.

    - Supongo que eso está bien.

    - Si, supongo. 

    - ...

    - ...

    - Al menos fue honesta.

    - Es mentira.

    - ¿Qué?

    - Que quiere estar sola. Nadie está solo, nadie quiere estar solo, simplemente no quieren estar contigo.

    - Ah.

    - ...

    - Supongo que eso está bien.

    - Si, supongo.

  8. Cupido.

    viernes, 14 de febrero de 2014

    - ... Despierta.

    - ...

    - No te gusta el hueveo ?

    Está oscuro.

    - ... Que ?

    - Despierta hueón !

    Un golpe en el estomago, uno bueno, yo escupo.

    - Arriba, De Lefént, quiero ver esa sonrisa coqueta -se ríe.

    Las cosas se empiezan a aclarar un poco, pero no tanto, porque estoy en un cuarto oscuro, con una luz colgando arriba mío.

    Me golpean de nuevo, y esta vez distingo al que lo hace, parece una estatua griega, tiene facciones finas, y el cabello rubio y risado. Intento hacer algo y me doy cuenta que tengo las manos atadas a la silla, y los pies, y de que hay una silla.

    - Quien eris ?

    - Vamos, como tan inculto, y mal agradecido el hueón más encima.

    - Un nombre.

    - Adivina.

    - Se me ocurren varios que quisieran amarrarme y sacarme la chucha, pero ninguno tan hueón para usar pañales.

    Otro golpe, en la cara, y siento los nudillos incrustándose en el puto cerebro.

    - No es un pañal ! Porqué mierda todos creen que es un pañal ?!

    - ...

    - Soy Cupido, y vine a saldar cuentas.

    - Que cuentas ?

    - A ver ... -saca una carpeta gruesa de la nada, y se pone a hojear, está usando lentes-, según los archivos, Señor De Lefént, usted se ha portado como el culo en los últimos años.

    - Son puros cuentos de por ahí, yo le aseguro que yo no fui.

    Otro en el mentón.

    Del archivo saca una foto, y la pone frente a mi, es una mujer, una que me quiso.

    - Enserio ? Hueón que mierda yo tenía como 13 años.

    Otra foto.

    - Ella quiso terminar.

    Otra.

    - Nunca supo.

    Otra.

    - Bueno ella si supo, pero ahora somos amigos.

    Otra.

    - Bueno ahí si las cagué un poco.

    - ...

    - Harto, las cagué harto, pero a que va esto ?

    - A que hoy tengo mas trabajo que la mierda, Señor De Lefént, pero por culpa de hueones como usted, cada año es más difícil lograr flechar parejas, así que le tengo una oferta.

    - ...

    - Haga mi trabajo, solo por hoy.

    - O si no ?

    Se acercó.

    - Te arranco el corazón con una maldita flecha, literalmente.

    Así que manos a la obra.

    Me puse el pañal-no-pañal, tomé el arco y algunas flechas, y recorrí Santiago.

    Fleché a un viejo chicha con la señora del quiosko.

    Al guardia del metro con una pelolais rica y con zapatos caros.

    A los perros de la plaza que estaban fornicando, y siguieron fornicando.

    A un hueón que estaba solo en una banca leyendo un libro de Bradbury, con una mina sola que estaba al otro lado de la calle, leyendo una novela de la Isabel Allende.

    Y con semáforo en rojo, se encontraron en medio de la calle, y se dieron el beso mas tierno que ha visto Santiago.

    Pasaron las horas y las flechas, y mi trabajo ya estaba terminado.

    Me compré una chela, y me senté a mirar a las parejas y los restos de globos, flores y papeles de regalo que inundaban las calles.

    - Lo hiciste bien, para ser la primera vez.

    Era Cupido, y ahora llevaba un terno Armani.

    - Una chela ? -pregunté.

    - No gracias, solo tomo Corona.

    Se quedó en silencio.

    - Entonces estamos listos ?

    - Mmm ... Si, déjame el resto a mi.

    - Toma, me sobró una flecha.

    - ... Quedatela, te podría servir.

    - Bueno, chao Don Cupi, no me huevee nunca más, por favor.

    - Nos vemos, Señor De Lefént.

    Entonces me marché, y pensé en todas las fotos que me mostró Cupido, en el desamor, en los perros fornicadores, en el peso de la soledad, en que con esta flecha podría tener a la mujer que yo quisiera.

    Volteé, tomé el arco, apunté con la vida.

    Y la flecha se disparó, enterrándose directamente en culo de Cupído.

    Gritó.

    - Pa que no huevee nunca más -murmuré

    Jamás lo he vuelto a ver.

  9. El Hombre Nuclear.

    jueves, 13 de febrero de 2014

    Pensé en destruir el mundo una vez.

    Y otra vez.

    Y varias otras

    Pero pensé en destruir el mundo una vez, y llegué más lejos esa vez.

    No quiero explicar los motivos.

    Simplemente me levanté un día con aquella idea en la cabeza, y cuando uno despierta con una idea en la cabeza, solo queda hacerla, o volverse loco, o ponerse a tomar cerveza.

    A mi no me quedaba ninguna cerveza.

    Y la locura era un enemigo demasiado recurrente como para que representara un problema.

    Fui a la feria, y la vi sobre una manta, con unos juegos de mesa, unas poleras rotas y unos juguetes del Mc'Donalds.

    - Cuanto cuesta ?

    - Que cosa ? -dijo la vieja.

    - La "Atómica Oppenheimer para Principiantes y Hueones Deprimidos"

    - Ah ... No sé, dos lucas, y por tres te llevai el monopoly.

    Le pasé dos y me fui a mi casa, compré tomates.

    La armé en hora y media.

    No sé porqué a los rusos les costó tanto, solo había que leer el manual.

    Puse un alargador, enchufé el reactor nuclear, y entonces estuvo lista.

    Mi bomba átomica.

    Ahí, en el patio, al lado de una pelota desinflada y unos dinosaurios de mi primo.

    La miré por horas, y me fumé una caja de hilton.

    - Me he convertido en La Muerte, Destructora de Mundos -recité en voz baja.

    Terminé el último cigarro y me paré frente al botón rojo.

    Si, venía con un botón rojo, grande, redondo y rojo, de esos a prueba de hueones.

    Entonces no se que pasó.

    Si fueron los tomates.

    O los dinosaurios.

    O el granito de fe que me quedaba.

    Pero no pude apretar el botón.

    Y es que al final, no era a prueba de hueones.

    Y sentí pena por Oppenheimer, por ese hombre alto y delgado y fumador que vivió sin ninguna esperanza de que la culpa lo abandonara un día.

    Pero no la pude desarmar.

    Oppenheimer no incluyó el desarmado en las instrucciones.

    Enterrarla hubiera sido mucho hueveo.

    Era demasiado tarde para desenchufarla.

    Así que la comí.

    Le puse huevos revueltos y un poco de merkén, y me la comí.

    Ahí sigue.

    Radiactiva y peligrosa e impaciente.

    Con ganas de explosión, cenizas y un fin.

    Por eso los milicos rodean mi casa.

    Y mi nombre aparece en los archivos de la CIA y la ONU y la UDI.

    Osama y Obama me invitan a carretear y me ofrecen maracas.

    Por eso me encerré en mi casa, y renuncié a las ganas y a la vida y al amor.

    Por eso nadie debe acercarse.

    Para evitar el botón.

    La culpa.

    La explosión.

  10. Una cuchara.

    martes, 4 de febrero de 2014

    Al niño le costaba caminar.

    Había aprendido a hablar con una facilidad destacable, pero le costaba caminar.

    Así que un día, entre por azar y por fe y por intentar y por hueveo, una tía le pasa una cuchara y un tenedor.

    El niño camina.

    Se estabiliza en los cubiertos, y los aferra de la misma manera en que un niño se aferra a cualquier cosa: con la vida.

    "Es la única manera de aferrarse a las cosas", piensa el niño, décadas después, en un hostal en Puerto Natales.

    Con los días suelta el tenedor.

    Pero nunca la cuchara.

    Se la quitan, y el niño no llora, pero no camina.

    Nadie logra entenderlo.

    Alguien menciona algo sobre dependencia sicológica, pero eso no le sirve al niño, que no entiende de dependencias sicológicas, ni del mundo, ni de la vida sin una cuchara.

    Eventualmente la cuchara se pierde.

    Como la niñez, como la memoria, como los primeros besos, los mejores amigos y los juguetes favoritos.

    El niño crece.

    El niño, eventualmente, también se pierde.

    Como los sueños de revolución, como las ganas de escribir, como la fuerza para levantarse, como las relaciones para siempre.

    "Es la única manera de aferrarse a las cosas", piensa el niño, décadas después, en un hostal en Puerto Natales.

    Entonces se acuesta.

    Comienza la lluvia

    Se acurruca pensando que mañana puede ser mejor.

    Y bajo la almohada, guarda una cuchara, esperando que amanezca.

  11. Woody.

    domingo, 19 de enero de 2014

    #1

    No me parece buena idea esto de la escritura. No conozco a nadie que lo haga, Andy no escribía, pero Andy nos dejó, así que supongo que todo importa un poco un carajo. Prefiero entenderlo como una forma de matar el tiempo, como la bitácora que tenía Buzz cuando aún se creía un hueón espacial. Es lamentable saber que creerse un hueón espacial debe ser mejor que creerse/saberse juguete. Pero aquí arriba ya perdimos la noción de los días, y del tiempo, así que me remito a colocar números. Los chicos están cada día más desanimados, no los culpo.

    #4

    Rex escuchó a la Mamá de Andy diciendo que nos regalarían a una guardería. Le dije que no le contara a los demás, pero el neurótico de mierda soltó todo como a los 20 minutos. Tenía mis motivos, y fueron correctos: causó problemas. La mayoría rechazó la idea, a Jesse le encantó, pero Jesse es la más necesitada de todas y creo que nos pueden haber regalado a un niño manco y estaría contenta. Ahora hay tema de discusión. Lo más enfermo es que me agrada. Creo que llevábamos unos cuantos días sin hablar, sin que hubiera ninguna palabra. Excepto por el Cerdo, pero eso es más largo, y no tengo ganas de escribir, nunca las he tenido.

    #6

    Ayer me escabullí, ninguno de los chicos se percató. Me oculté sobre una repisa en la habitación de Andy y esperé. Llegó tarde, si es que mi noción de tarde es la adecuada, porque en El Ático nunca es tarde, ni temprano, ni mañana. Se quedó dormido y al rato comenzó a tener arcadas. Desde la habitación lo escuché vomitar. Nuestro chico ahora juega con botellas, borracho como culo. Lo miro y espero hasta que duerma.

    #11

    El Cerdo, si, el maldito Cerdo. Yo tenía a Andy, a Buzz lo fabricaron con una sonrisa, Jesse ya había sido abandonada y tenía una injustificable-molesta-preciosa esperanza, Rex se distraía con su paranoia y Barbie simplemente esperaba que llegara Ken. Todos teníamos -por más ridículo y pequeño-, algo de que aferrarnos, excepto Cerdo. Cerdo tenía una misión: juntar dinero, y en El Ático no había dinero, ni en que gastarlo, ni quien lo depositara. Se quedó, literalmente, vacío, sin motivo, con un tajo enorme atravesándole la columna y la cordura. Comenzó a vagar por los rincones de El Ático y un día pasó: comenzó a hablar con Las Ratas. Supieron, inexplicablemente, comunicarse, y Cerdo se volvió su líder. Cuando llegaron los días silenciosos, podíamos escuchar a Cerdo roer, roer vulgar y terriblemente, haciendo eco en su enorme vacío, escudriñándose en los rincones y en nuestras consciencias.

    #15

    Lo de visitar a Andy se volvió una rutina. Cierto día me disponía a retirarme cuando tropecé con sus pantalones. En ellos encontré un papel con hierba adentro, parece una especie de cigarrillo. Subí a El Ático y lo encendí, en el rincón delantero, donde hay un agujero y se puede ver la luna. Nunca había experimentado algo así. Me sentí como cuando Andy jugaba con nosotros, cuando todos eramos jóvenes y brillantes y no estábamos rotos, cuando la vida era más. ¿La vida, que mierda era la vida, existía acaso alguna certeza de que estuviéramos realmente vivos?, porque somos juguetes, las personas duermen y se emborrachan y se olvidan. Los juguetes van a El Ático, con las ratas y los locos. Pero si me cortan la cabeza puedo seguir hablando, tampoco estamos muertos, somos algo en medio.

    #21

    He seguido sacando de los cigarrillos de Andy, pero con el tiempo comenzó a darse cuenta, por lo que saco pequeñas cantidades y he sabido racionarlas. Buzz y Jesse y el resto comenzaron a fumar conmigo. Todos se ven más contentos así, supongo que sienten lo mismo que yo. Rex se torna extrañamente silencioso, tanto que resulta molesto, lo cual a nadie le parecía posible, solo se sienta y mira sus manos pequeñas, y murmura algo sobre lo poco que podemos aferrar, y lo poco que es nuestro. Creo que dejaré de darle cigarrillos.

    #26

    Las cosas pasan, ocurren, se salen de control. Rex comenzó a hablar sobre los juguetes. Los niños necesitan juguetes, eso repetía una y otra vez como un jodido enfermo. Primero nos reímos, a todos nos había pasado alguna vez eso de quedarnos pegados, pero Rex no se detenía. Jesse comenzó a llorar, Buzz golpeó a Rex hasta que le volteó la cabeza. Rex seguía murmurando los niños necesitan juguetes, Jesse lloraba como una maldita puta y todo el mundo comenzó a gritar. Hasta las ratas prefirieron alejarse del espectaculo. Jesse comenzó a gritar: ¡callate, callate mierda!, y Rex seguía. Era un diálogo eterno donde ninguno parecía responderse. En cierto momento, después de unos 37 cállate mierda, Rex guardó silencio. Segundos más tarde murmuró: Y nosotros necesitamos a Andy.

    #27

    No está, Rex no está, se ha marchado.

    #39

    Ayer bajé a ver a Andy. Bajé por la cortina y me senté a mirarlo desde el velador. Hace unos años mi instinto hubiera hecho imposible semejante ocasión, pero ahora nada importaba, y si Andy despertaba y me veía ahí mirándolo, las cosas no se pondrían peor de lo que ya están. Los niños necesitan juguetes y nosotros necesitamos a Andy. Porque nosotros no estamos muertos, no morimos, miramos a la humanidad desde arriba, desde El Ático, nuestro Olimpo, nuestra tierra de inmortales. Nunca fuimos nosotros los juguetes, los juguetes se rompen, si me cortan la cabeza puedo seguir hablando. Entonces había que hacer la prueba. Me puse de pié en su pecho y saqué la navaja de la hace años vacía funda de mi revolver. Y enterré, enterré la navaja en el cuello de Andy y la deslicé lentamente por su garganta hasta dejar un enorme tajo horizontal, como el de Cerdo. Y Andy abrió los ojos, me miró, y no gritó, y el terror lo consumió por completo. Solo se dedicó a desangrarse, mientras sus cada vez más opacos ojos no terminaban de entender.

    No, después no habló: era juguete.

    Y desde el fondo de la habitación, en lo alto de la repisa donde hace algunos días adoré al hombre-juguete que ahora no habla, pude distinguir una enorme sonrisa, una vil sonrisa llena de dientes, y unos brazos cortos, y una piel verde, y una mirada enfermiza que, por primera vez, en tantos años, emitió paz.

    Se acabó la espera.
    Se acabó la paranoia.
    Se acabaron los juegos.

  12. La Mujer Erizo.

    lunes, 13 de enero de 2014

    Yo amé a La Mujer Erizo.

    De aquello no reniego.

    No suena bien, pero nos encontramos por algo bastante parecido a la necesidad
    con gusto a nuevo
    con aires de locura
    con ganas pocas y de sobra.

    Y sin tener claro como, un día, me vi atrapado en el departamento de La Mujer Erizo.
    Pasamos la mañana haciendo el amor.
    La tarde cocinando fideos con mantequilla y queso rallado.
    Las noches no las pasamos.

    Había solo una regla.

    No puedes pasar la noche aquí.

    No pregunté, no quise hacerlo. Temí que la verdad me superara, quizá vi venir lo que ocurría.

    Pasaron meses, realmente comencé a pasar mucho tiempo con La Mujer Erizo.

    En algún punto comenzaron los problemas.

    ...

    Me encantaría decir aquello, escribirlo grande y en una sola línea, convencer al lector, a ti, de paso convencerme a mi un poquito. Lo cierto es que los problemas para mi empezaron el mismo día que La Mujer Erizo me dijo que no podía pasar la noche con ella.

    Pronto comencé a buscar otras cosas.

    Llegaba oliendo a cerveza, y ella se quedaba en la cama, acariciándome, preguntándome, esperando.

    Y hasta en esos tiempos, debo decir que fue bastante lindo.

    El tener siempre un lugar al que llegar, aunque ella no me quisiera siempre ahí, y cada vez le interesara menos.

    Comencé a sentir un hedor aplastante a rutina. Yo escapaba de mi vida y terminaba llegado al departamento. Ella me recogía como una especie de perro borracho/hambriento y luego me dejaba ir.

    Nunca le hice saber cuanto detestaba que me dejara ir, ni que jamás abandonara su departamento.

    Lo poco que entregaba.

    .

    Olvidar pareció más fácil.

    Pronto dejé de llegar.

    Hasta que un día me llamó La Mujer Erizo.

    Esa noche a las nueve estaba yo frente a la puerta de su departamento, y desde ahí la vi en la cama.

    Hicimos el amor, dormimos, y la habitación quedó en penumbras.
    Antes de cerrar los ojos, vi la silueta de su rostro entre las sombras,
    y pareció tan única, que la guardé para siempre.

    Horas más tarde desperté, entonces la vi.

    A mi lado, en su lado, acurrucada sobre las sabanas, dormía una tierna y pequeña erizo.

    No me moví. Cerré y abrí los ojos tantas veces como pude, pero fui incapaz de moverme. La habitación comenzó a dar vueltas y yo creí entender algo.

    Eso era todas las noches, todas las noches ella se transformaba en una preciosa erizo, la más preciosa que yo haya visto.

    Las cosas comenzaron a ponerse mejor.
    Mis apariciones fueron, lenta, muy lentamente, en aumento

    Amé a la mujer erizo y ella me amó.
    Cocinamos todos los fideos del mundo y comimos y dormimos e hicimos el amor hasta que no quedó nada.

    Una tarde llegué al departamento y eso había: nada.

    Dejó solamente los sillones y una carta sobre ellos:

    Amor, lamento tener que hacer las cosas así. Ya no puedo con tus inseguridades, y siento que tu tampoco. Necesito cosas nuevas, y no creo justo que me sigas esperando. Amé cada mañana, tarde y noche, y por un tiempo de verdad volviste este refugio un hogar. Pero (que horrible suena ese pero) la rutina me consume, y tengo que hacer esto. Te amo, pero no me hace bien.

    Me quedé quieto, esperando que algo pasara.

    El sol se escondió y la oscuridad reinó el departamento que alguna vez fue nuestro.

    Mi ropa cayó.

    La habitación se volvió gigante.

    El mundo cambió para siempre y sentí el suelo tan cerca como nunca.

    Yo fui quien escapó

    Yo fui quien no se atrevió a entregarse.

    Yo era el de las púas.

    Yo soy El Hombre Erizo.