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  1. El Hombre Nuclear.

    jueves, 13 de febrero de 2014

    Pensé en destruir el mundo una vez.

    Y otra vez.

    Y varias otras

    Pero pensé en destruir el mundo una vez, y llegué más lejos esa vez.

    No quiero explicar los motivos.

    Simplemente me levanté un día con aquella idea en la cabeza, y cuando uno despierta con una idea en la cabeza, solo queda hacerla, o volverse loco, o ponerse a tomar cerveza.

    A mi no me quedaba ninguna cerveza.

    Y la locura era un enemigo demasiado recurrente como para que representara un problema.

    Fui a la feria, y la vi sobre una manta, con unos juegos de mesa, unas poleras rotas y unos juguetes del Mc'Donalds.

    - Cuanto cuesta ?

    - Que cosa ? -dijo la vieja.

    - La "Atómica Oppenheimer para Principiantes y Hueones Deprimidos"

    - Ah ... No sé, dos lucas, y por tres te llevai el monopoly.

    Le pasé dos y me fui a mi casa, compré tomates.

    La armé en hora y media.

    No sé porqué a los rusos les costó tanto, solo había que leer el manual.

    Puse un alargador, enchufé el reactor nuclear, y entonces estuvo lista.

    Mi bomba átomica.

    Ahí, en el patio, al lado de una pelota desinflada y unos dinosaurios de mi primo.

    La miré por horas, y me fumé una caja de hilton.

    - Me he convertido en La Muerte, Destructora de Mundos -recité en voz baja.

    Terminé el último cigarro y me paré frente al botón rojo.

    Si, venía con un botón rojo, grande, redondo y rojo, de esos a prueba de hueones.

    Entonces no se que pasó.

    Si fueron los tomates.

    O los dinosaurios.

    O el granito de fe que me quedaba.

    Pero no pude apretar el botón.

    Y es que al final, no era a prueba de hueones.

    Y sentí pena por Oppenheimer, por ese hombre alto y delgado y fumador que vivió sin ninguna esperanza de que la culpa lo abandonara un día.

    Pero no la pude desarmar.

    Oppenheimer no incluyó el desarmado en las instrucciones.

    Enterrarla hubiera sido mucho hueveo.

    Era demasiado tarde para desenchufarla.

    Así que la comí.

    Le puse huevos revueltos y un poco de merkén, y me la comí.

    Ahí sigue.

    Radiactiva y peligrosa e impaciente.

    Con ganas de explosión, cenizas y un fin.

    Por eso los milicos rodean mi casa.

    Y mi nombre aparece en los archivos de la CIA y la ONU y la UDI.

    Osama y Obama me invitan a carretear y me ofrecen maracas.

    Por eso me encerré en mi casa, y renuncié a las ganas y a la vida y al amor.

    Por eso nadie debe acercarse.

    Para evitar el botón.

    La culpa.

    La explosión.

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