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  1. A Sandra no le gustaban las jirafas.

    lunes, 23 de julio de 2012

    - A mi no me gustan las jirafas -dijo Sandra, desde el rincón donde disfrutaba su taza de café.

    - ¿Y porque no? -pregunté.

    - No se, simplemente no me gustan.

    - Está bien, de todas formas los animales nunca harán nada por ti.

    - No, no se trata de eso, no es algo contra los animales si no que con la jirafa en especifico, es como que me produce algo ...

    - ¿Qué cosa?

    - Desconfianza, tal vez.

    - ¿Por qué, tienes miedo de que te escupan?, yo estoy seguro de que cuando chico me escupió una en el zoológico, pero nadie me cree.

    - No no es eso ... son sus patas, osea, sus patas respecto a su cuello.

    - No entiendo.

    - Eso de que sus patas sean tan delgadas y su cuello tan grande y grueso, me da la sensación de que en cualquier momento se va romper, de que esas pequeñas patas no se pueden el resto del cuerpo, que se quebrará y la jirafa terminará doblándose sobre si.

    - ¿Como cuidar una pirámide de naipes y sentir que a cada momento va a desplomarse?

    - Exacto.

    Después de eso ya no fue necesario preguntarle a Sandra por que se encontraba sola en este lugar, o por que abandonaba a cada hombre que le entregaba cariño, o simplemente por que el paso de los años le iba arrancando amistades a ritmo despiadado.

    Y tampoco había que reprocharle, pues es cierto (y creo que aceptado por la mayoría) que todos llevamos en nosotros, en algún punto de nuestra vida, unas patitas de jirafa.

    Nos sentimos débiles, que fuimos mal hechos, que mantenernos en pie no es una opción, y parece como si la vida no fuera mas que esos cortos momentos que vivimos entre caída y caída.

    Quizás hablo un poco de mi.

    Pero lo cierto, y hasta medio cursi, es que por mucho que nos sintamos tan débiles como una jirafa, una pirámide de naipes, o un amor de verano, no lo somos.

    Somos tan fuertes como queramos, solo hay que abrazar al miedo, y hasta tomarle un poco de cariño, al polvo que mordemos al caer.

    Y lo que nunca le dije a Sandra, es que a mi tampoco me gustan las jirafas, y no es porque me haya escupido una en el zoológico, si no por que lo que realmente me aterra, es que un ser tenga tan lejos el cerebro del corazón.

    Si, disculpen, quizás hablo un poco de mi.

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