Rss Feed
  1. 192 a 225

    martes, 17 de septiembre de 2019



    Hace algunas semanas, mientras intentaba disfrutar mi lectura matutina, pasé de la página 192 a la 225. No me percaté al principio, pero con el transcurso de algunas páginas comprendí que me había saltado parte del libro. Tomé la página 192 y la intenté separar, esperando que las páginas estuvieran pegadas o que quizás me las haya saltado (tiendo a intentar separar una sola página pensando que hay otra o que están pegadas, un toc extraño). Para colmo, la página 225 justamente venía a resolver una de las interrogantes planteadas en los primeros capítulos. El libro lo había comprado en una Furia del Libro a una editorial independiente hace años, por lo que buscarlos por Twitter pareció lo más sensato (sabido que twitter es plataforma de ñoños y comelibros). A través de un amigo que si tenía cuenta, les di a entender que más que una funa simplemente quería una solución, ya que de todas formas disfruté el libro y deseaba terminarlo. Cuento corto, una chica llamada Carolina se comprometió a mandarme el libro, con tal de que yo devolviera el que estaba incompleto. Di la dirección de una tía y pedí que todo se hiciera a través de portería, ya que ella vive en un departamento. Tras casi una semana recibí mi libro sellado, con olor a nuevo.

    El problema es que esta vez faltaban desde la página 229 hasta casi el final.

    Mojé la yema de mi dedo con saliva e intenté separar la hoja, pensando que quizás, ahora si, podían estar pegadas (una mala costumbre que no me he podido quitar, como ya les había mencionado). No miento: me emperré. Lo encontraba tan ridículo que incluso demoré poco en pasar del enojo a la risa. Lo comenté a un par de amigos y se convirtió en una talla rápidamente. Esperé hasta el lunes y mandé un mail a Carolina, esperando que me ayudara. Sin embargo, esta vez anexó un número de teléfono (la primera vez toda la comunicación fue por mail). Así, pasé una fría mañana de lunes escuchando las puteadas de Carolina. Me explicó que la primera vez parecía razonable un error de impresión, y a medida que la conversación avanzaba, se hacía evidente que buscaba una confesión de mi parte. Tardó poco en acusarme de ser un chaquetero de mierda, que porque no iba a webiar a Santillana en vez de sabotear editoriales independientes, que Chile era un país de mierda y etcétera, blabla, yayaya. En algún punto corté y me quedé ahí, en la misma del principio, con una semana abrumadoramente larga por delante y un libro incompleto. Decidí dar vuelta la página (badumtsss), fumé un poco de marihuana y tomé otro libro de mi biblioteca.

    Esta vez faltaban de la página 17 a la 32.

    Sin embargo, yo recordaba haber leído ese libro al completo. Me aseguré de que efectivamente fuera marihuana lo que estaba fumando y tomé otro libro. De la 50 a la 72. De la 2 a la 7. De la 294 a la 315. Algunos, incluso, habían perdido páginas sin una continuidad aparente (un ejemplar falso de Los Detectives Salvajes carecía de las páginas 120, 174 y 296). No era como si las páginas hubieras sido arrancadas; simplemente no estaban. Lo comenté a un par de personas y salvo mucho webeo y un par de recomendaciones sobre leer mi carta astral, no recibí mucho apoyo. Revisé bibliotecas ajenas y se encontraban a salvo del secuestro. Dudé de mi cordura, puesto que era evidente que el problema se remitía solo a mi. Fue ese mismo pensamiento, sin embargo, el que me llevó a otro más acertado.

    ¿Recuerdan que les mencioné mi mala costumbre de buscar páginas entre las páginas? Pues resulta que, sin saberlo, había tenido éxito por años. Es decir, en cierto momento, intenté tanto separar una página de si misma que lo terminé logrando. Como una especie de nivel secreto en un videojuego. Así, por ejemplo, recuerdo de pequeño leer en una edición ilustrada del Flautista de Hamelin, donde poco antes de llevarse a los niños, el flautista tocaba una nueva melodía y hacía brotar enredaderas con espinas por toda la casa del alcalde. Incluso, en algunos trabajos universitarios, me atreví a hacer ensayos completos sobre el monólogo de Caperucita a su abuelita justo antes de salir de casa, donde defendía su capacidad de elegir su camino y arremetía contra la victimización de los niños y las mujeres (un monólogo sumamente interesante, con potenciales lecturas feministas, que me apena mucho no poder compartir). Hasta descubrí (y me avergüenza admitirlo), casi 70 páginas de Crepúsculo, con un increíble capitulo sobre el pasado de Edward, que le daba al personaje una profundidad y un brillo que ni su piel reflectiva podía opacar. Me conmoví con un capítulo de La Senda del Perdedor donde Chinaski, intentando entrar por primera vez a un cine porno, termina viendo una vieja película romántica y llorando a moco tendido, atrofiando permanentemente sus expectativas amorosas y sexuales.

    Así, comprendí (o creí comprender) que algún tipo de fuerza cósmica o karma literario actuaba arrebatando páginas de mis libros, en relación directamente proporcional: una página descubierta de un libro era una página menos de otro. Por lo pronto, creo que solo queda esperar que el cosmos haga su efecto y la balanza encuentre su equilibrio. Y me emperra (otra vez), y me da risa (otra vez), porque si hay algo en lo que no destaco es en esperar. Quizás por eso mismo, mi yo diminuto descubrió las otras melodías del flautista, mientras hacía un esfuerzo sobrenatural por quedarse despierto hasta más de las 9, hasta que papá y mamá llegaran. O quizás por eso mismo, un yo más largo pero igual de diminuto encontró a Chinaski enfrentándose a la proyección, mientras aguardaba que la vida me diera alguna respuesta, o una pregunta, o algo para empezar.

    Es que siempre he sido tan ansioso, que realmente no me sorprende haber desmenuzado las páginas hasta haber desdoblado la realidad, con estos dedos que si fueran dientes tendrían bruxismo, que si tuvieran alma tendrían trastorno de ansiedad social, que si fueran míos estarían aquí, escribiendo una historia inverosímil, esperando que tenga lo necesario, lo justo, para que nadie busque entre sus líneas un significado que nunca llegará a ser propio, ni adecuado, ni mucho menos, suficiente.

  2. 0 comentarios: