Rss Feed
  1. Una grieta en el pecho.

    lunes, 27 de mayo de 2013

    Intenté escribir esto un millón de veces.

    Nunca pude terminar, quizás un poquito por miedo. 

    Como nunca pude terminar de leer La Reina de los Condenados.

    Como nunca me animo a terminar el Ocarina Of Time.

    Y es que si llegara a ponerle un final a todo esto (como alguna vez intentamos) se que quedarían cosas que escribir:

    Enojos, caras, olores, toqueteos, mordiscos, besos.

    Cosas que se le escapan a uno.

    I.

    Apareciste en mi puerta una tarde lluviosa, igual que hoy.

    Intentaba hacer un librero con las tablas de una cama que habíamos tirado a la basura, pero yo era un carpintero como la mierda, y lo único que hacía era clavarme los dedos, como en las caricaturas antiguas.

    Te mandó un amigo mío, que te dijo que me gustaba ayudar a la gente.

    Te dije que era mentira, y tu me preguntaste qué.

    - Que ayudo a la gente- te contesté.

    - ¿Y te gustaría hacerlo?"- preguntaste.

    - Si.

    - Con eso basta- murmuraste, y entraste a mi casa, que olía a madera húmeda, y de pronto comenzó a oler a libro nuevo.

    Preguntaste por que demoré tanto en ir a abrir. No escuché, la verdad no había ningún otro motivo. Dijiste que habías tocado el timbre mas de 277 veces, yo me pregunté si de verdad las habías contado, y te dije que el timbre estaba roto.

    Te entristeciste, y me preguntaste si eso significaba que estaba malo, que había que cambiarlo.

    No respondí.

    Te sentaste en mi cama y comenzaste a acariciar a cada uno de los peluches, como le hago yo con las mascotas de mis amigos.

    También hago eso con los libros ... algunas veces ... con los de Bukowski.

    Solo tu sabías eso, solo tu lo viste.

    ¿Sabías eso, que eras la única?

    Nunca quise decírtelo.

    Nunca te lo dije.

    Tomaste mi mano y me sonreíste. Tiraste de mi brazo como arrojándome a la cama, pero con suavidad: como invitándome. Yo lo entendía: lo había echo tantas veces. Pero nunca me habían invitado a mi propia cama, y me gustó.

    Nos besamos, tu me mordías fuerte los labios mientras lo hacíamos. Dolía, de verdad que dolía, pero a ti te gustaba. Yo no lo entendía, pero la verdad había muchas cosas que no entendía: porque no podía escribir, porque habían días donde no me levantaba, porque la marihuana cada día me hacía menos efecto, porque no podíamos soltar esas cosas que nos hacían daño.

    Porque es cierto, no podía soltar tus labios.

    Rodamos hacia la derecha, quedando tu encima de mi. Comenzó a hacer calor, comenzamos a hacer calor. Toqué tu pecho extendiendo mi mano por completo, y entonces algo extraño ocurrió.

    Te levantaste rápido y saliste corriendo hacia la terraza. Me quedé tirado en la cama un rato. Salí a verte y el día parecía haber cambiado: ya no llovía, pero todo estaba tan gris, que nadie hubiera pensado que se trataba de una historia de amor. Y quizás esa es la verdad: no era una historia de amor.

    Llorabas, pero de verdad llorabas. Desconsolada, cansada, desarmada. Te pregunté que ocurría y me empujaste hacia la habitación, luego contra el muro: fuerte, muy fuerte, me besaste y me apretaste, comenzó a llover, a llover como llorabas, dejaste el ventanal abierto, entraba el frío y el agua, me seguías besando, pero ya no estabas aquí.

    Te echaste hacia atrás y te desabotonaste lentamente la blusa, como con cuidado de no romper el extraño mundo que habías metido en mi cuarto.

    Vi tus pechos que se asomaban a paso lento, y te pregunté:

    - ¿Segura?

    Y tu blusa cayó.

    - Segura.

    Ahí, frente a mi, estabas tu. Quieta, con el viento moviéndote el pelo, y con una enorme grieta en el pecho.

    Una grieta gruesa, que si bien no era extensa, parecía bastante profunda, como si al otro lado pudieras encontrarte con un gran abismo.

    No alcancé a preguntarte, no encontré las palabras. Me dijiste que llevaba tiempo ahí, que apareció una mañana y tu le buscaste explicaciones.

    Relaciones rotas, sueños rotos, vidas rotas.

    Y claro, el vacío se fue haciendo mas grande, quizás justamente a falta de esa respuesta.

    Yo te abracé, y te dije que no eras diferente.

    Que todos estábamos rotos, todos llevábamos un abismo creciendo en nuestro interior.

    Que algunos estábamos realmente echos pedazos, y habíamos incluso aprendido a amar ese vacío.

    - No somos tan distintos- creo haberte susurrado.

    Me abrazaste fuerte,
    se escuchó un crujido,
    y uno de los dos, cayó echo pedazos.

    ...

    Intenté escribir esto un millón de veces.

    Nunca pude terminar, quizás un poquito por miedo. 

    ¿Pudiste hacerlo tu?

  2. 0 comentarios: