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  1. Un cuento en halloween.

    lunes, 31 de octubre de 2011

    Como otras veces, no alcancé a distinguir si realmente fue un sonido, si es que lo dijo, o si solo fue uno de sus místicos susurros, que parecían rebotar por mi cabeza.

    - Tanto tiempo, De Lefént.

    - Bastante.

    Era Sivel el vampiro, con su pelo castaño, su blanca y fina cara, y sus ojos esmeralda.

    - ¿Que haces acá? -pregunté, con un poco de miedo.

    - No te preocupes, no vine por ti ... bueno si, pero no por lo que tu crees.

    - ¿Entonces no planeas matarme esta noche?

    - No, al menos esta no.

    El aire pareció soplar mas fuerte. Juraría que un minuto atrás, un gran calor envolvía la casa, y repentinamente, una fría brisa hubiera aparecido, como cuando en un día de calor uno abre el refrigerador, buscando una cerveza.

    - ¿Que quieres?

    - Contarte unas historia, para que te diviertas este halloween.

    - La verdad estoy..

    - No seai mentiroso hueón, nunca haces nada, siempre estas en tu casa frente a alguna pantalla, teniendo ganas de hacer algo.

    - ...

    - ¿Empiezo?

    Yo asentí, a lo que encendí un cigarrillo.


    Ajenos.

    Era una noche bastante fría, y yo tenía hambre.

    En ese tiempo yo solía pasar las noches caminando, buscando casas con mujeres solas.

    A ella la había notado hace tiempo, siempre se encontraba sola en una casa roja de dos pisos, una que daba la impresión de ser una casa de gente bastante adinerada, pero que contrastaba con su profundo y triste rostro, el cual siempre parecía mostrar una enorme pobreza, una que va mas allá de las cosas, de esa que padeces cuando careces completamente de algo.

    Las noches de viernes y sábado, se veía salir a un hombre de la casa, en un gran jeep, y no volvía, hasta muy entrada la madrugada.

    - Es que sale con sus amigos -me decía, cuando notaba en mi rostro que yo me preguntaba hacia donde iba.

    Comenzamos a hablar casi una semana después de que supe de su existencia. Al principio, solo me acerque por el hambre, y como parecía ser una mujer solitaria, el camino mas fácil seria seducirla.

    Pero nunca pensé que estuviera tan sola.

    Se llamaba Gabriela, y al poco rato de yo acompañarla a regar el jardín delantero, me invitó a tomar el té, lo que me tomó por sorpresa. Su casa tenia hermosas cortinas de seda. En el enorme living, había una enorme mesa de roble, con dos sillas a cada extremo, que parecía inútil, pensando en que allí vivían solo dos personas.

    - Ella es Tania, me la regaló mi esposo, esta embarazada -me dijo, a lo que me mostraba una perrita cocker rubia, la cual cambiaba totalmente la actitud de Gabriela, sus movimientos se volvían finos, sus muecas sonrisas, sus ojos faroles que iluminaban la enorme y fría casa.

    Con el tiempo, ir a visitar a Gabriela se transformó en algo que disfrutaba, no tanto por su hospitalidad, sino por ver a esa persona alegre que se convertía cuando tenia a Tania entre sus brazos. Gabriela siempre usaba brillantes anillos de oro, collares de piedras preciosas, todo lo que había en la casa, y hasta la misma casa, eran regalos de su esposo, al igual que Tania. Gabriela parecía ser una muñeca de juguete, donde todo lo que la rodeaba eran accesorios, pero Tania, Tania era lo único que realmente la complementaba, quizás por el cariño que le daba, ese que las muñecas no conocen.

    Sucedió que una noche, la encontré triste en el patio de atrás, mirando a la coqueta Tania.

    - ¿Que ocurre?

    - Se los comió -me dijo, con una voz tan profunda que apenas pareció escucharse.

    - ¿Que?

    - Sus perritos, se los comió. Dio a luz ayer, había salido a dar una vuelta a la calle. Parece que otro perro toco a los cachorros, no los reconoció, se los comió.

    Eso fue lo ultimo que hablamos en mucho tiempo. Después de ese incidente, algo en ella se rompió, y lo poco de alegría que alguna vez vi en ella se esfumó, como si Tania se la hubiera comido, junto a sus cachorros.

    Pasaron los meses y una noche que caminé por fuera de su casa, la vi en el patio delantero, con un vientre enorme que chocaba con su delgada figura.

    - Estas embarazada.

    - Si, ya queda poco para que nazca.

    Ese día volvimos a hablar, y todo ese brillo que había perdido había vuelto, y se había intensificado. Como un enorme umbral que por primera vez, parecía iluminar a solitaria casa.

    Volví casi una semana después, y algo extraño le pasaba a Gabriela.

    - ¿Le pasa algo a tu hijo?

    - No.

    - ¿Te pasa algo?

    - ...

    - Gabriela -susurré, mientras le tomaba una de sus delgadas manos.

    - Me engañó -dijo, casi explotando-, me engañó, siempre me a engañado, siempre, todas estas noches, todos estos años ... todo esto es ajeno, nada de esto es mio, los anillos, los vestidos, los muebles, las joyas, todo era para otra, todo, todo lo que tengo ... todo lo que me dio ... nunca fue mio ... me engañó.

    Y otra vez la casa se volvía a apagar, y Gabriela se volvía a morir, dejando ese cadáver sin expresión que alguna vez había sido.

    La ultima vez que la fui a ver, ella ya estaba en el hospital, y acababa de dar a luz.
    Me escabullí por una ventana para entrar a su habitación, y ahí la encontré, muerta. Yo pensaba en si realmente vivía, y el escenario del hospital no ayudaba a diluir mis dudas.

    - ¿Como estas?

    Pero ella no respondía, como si no escuchara.

    En ese momento, sonó la puerta, y una enfermera le trajo a su hijo, un pequeño y blanco niño, con ojos perdidos como los de su madre.

    La enfermera salió, y por primera vez, Gabriela se molvió. Mecía al pequeño entre sus brazos y lo miraba, con ojos que parecían expresar algo, algo que no era alegría.

    - Gabriela...

    Intenté decir algo, pero entonces ocurrió. Lo tomo entre sus manos, y mirándolo con unos ojos que parecían reventar del dolor, apretó las manos y hundió sus dientes en el estomago del niño.

    Y en sus brazos, y en sus piernas, y en su cabeza.

    Y así, Gabriela fue pintando las sabanas de sangre, a la vez que mordía y desgarraba carne, sacando tejido por tejido, lamiendo los huesos y el estomago del niño, llenando la cama y el piso, de restos del que nunca fue su hijo.

    ____________________________ . ________________________

    Ambos guardamos silencio. Yo me quedé mirando a Sivel, pensando en si era verdad todo lo que había dicho, y tratando de encontrar en su rostro alguna expresión, una que me mostrara que sentía al recordar a Gabriela.

    - ¿De verdad ocurrió eso?

    - Hablas con un vampiro, De Lefént, tu decides en que creer.

    En ese momento sonó mi celular.

    - Sale a carretear -me dijo-, yo también debo ir a celebrar.

    Entonces saltó por la terraza, y moviéndose rápido y con elegancia, desapareció entre las sombras.

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