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  1. Treinta likes

    lunes, 9 de mayo de 2016

    Ya, ahora si. Partiendo por que no entiendo cuando fue que toda la hueá se nos salió de las manos (con esto me refiero a que no le dis color, o no te cuento nada). Llevábamos un semestre intentando levantar nuestra agencia y nada, unos veinte o treinta hueones que por pena o accidente nos dieron un like. Nos pasábamos las noches y los días fumando hierba. Anotábamos las ideas con plumón en el ventanal del Claudio. El ventanal ahora está hecho mierda. El Claudio también. Pero no, no va al caso. La hueá es que cuando éramos una agencia cagona con 30 likes nos llegó un mail: una productora de cine quería que nos encargáramos de toda la campaña de promoción de su última película, la cual se esperaba fuera éxito del verano (el de los gringos, acá el frío entra y haciendo escándalo, en especial por el ventanal roto). Con el Claudio no creímos ni mierda. Llamamos al numero que dieron en el mail preguntando si era hueveo y eventualmente botamos el celular y llamamos desde otro numero negando haber sido los que llamaron antes (tu cachái, hay que parecer profesional, o en volá serlo). Nos explicaron algo sobre trabajar con gente joven y target y promoción y concepto y un montón de ideas que la marihuana y la locura del momento no nos dejó comprender. Accedimos a todo y antes de que nos diéramos cuenta llegó un cheque. Eran millones. Mira, mira esta hueá. Nunca en mi vida había tenido tantos billetes de veinte juntos. Tómalos. ¿Viste?, llega a pesar la hueá. A veces camino por el departamento y los veo dispersarse. Se mueven con la brisa o con los pasos y se esconden abajo del sillón. Parecen ratones, o así se siente. Remodelamos. Compramos sillones y pizarras y Macbooks y un Play 4. Y marihuana, mucha. El Claudio enrolaba un bate cuando nos llamaron para una reunión. Se nos habían pasado dos meses, dos putos meses. Comprando mierda y fumando y llenando la casa de colas, porque cuando se tiene plata y droga en exceso esa es la primera hueá que pasa: te dejan de importar las colas. No sabíamos que hacer y estoy seguro que, en ese punto, ninguno de los dos tenía idea de que trataba la película. Leímos los mails y descubrimos que trataba sobre superhéroes que se enfrentaban al Apocalipsis. Pasamos horas mirando la pizarra, cachando que nunca compramos plumones, que las ideas seguían difusas y se mezclaban con el humo. Entonces se nos vino la idea. O sea, al Claudio se le ocurrió, pero en ese momento eso no importaba. Terminamos el bate y nos fuimos con nuestro mejor terno. La idea era sencilla: convertir la campaña publicitaria en una experiencia para el espectador. ¿Por qué esperar hasta el estreno para descubrir el Apocalipsis?, ¡DEMOSLES EL APOCALIPSIS!, ¡VIVAN EL APOCALIPSIS! Disculpa si me pongo a gritar, pero es que así fue. Yo estaba ahí, gritando hueás como esos profetas de la calle. Pensaba que en cualquier momento nos iban a mandar a la mierda, pensaba en esos 30 likes como un punto final, la meta de una carrera corta donde no había listón ni fotos ni aplausos. Y justo eso: aplausos. A los de la productora les encantó. Nos dieron otro cheque gigante. Compramos el triple de la hierba que ya teníamos, incluso compramos plumones. ¿Sabías que hay plumones morados?, por ahí deben andar. Entonces nos pusimos a trabajar en el concepto. Sabíamos que el Apocalipsis era parte de la Biblia, así que lo buscamos en Wikipedia. Cachamos que es como el fin del mundo y tiene cuatro jinetes: Muerte, Hambre, Guerra y Victoria. Decidimos convertir a cada jinete en una especie de acto de nuestra campaña publicitaria. Arrendamos una cabaña gigante en Ancud, y eventualmente un yate. Compramos kilos de mierda industrial a varias empresas y los tiramos al mar. Ahí empezó el primer acto: Muerte. Los primeros en cagar fueron los salmones. La costa estaba llena de salmones muertos y de alguna forma me recordaban a los billetes abandonados en el departamento, o así se sentía. Los medios culpaban a la marea roja y las personas a los empresarios. Eso al Claudio lo emputeció, agarró montones de billetes y los tiró a la chimenea, hirviendo en mierda por la idea de que otros se llevaran el mérito por su trabajo. Me costó tres bates que se calmara, y tu sabes que realmente me costó, porque nunca he sabido enrolar. El segundo acto fue más fácil, porque derivaba directamente del primero: Hambre. Los pescadores estaban emputecidos, pero no tanto como el Claudio la noche anterior, o así se sentía. La idea era que la gente viviera el Hambre el tiempo suficiente para alargar el tercer acto y comenzar el cuarto justo en el momento preciso: la Victoria, el estreno del trailer final de la película. El problema es que los pescadores son cosa seria. La gente del sur es cosa seria. El segundo acto no alcanzó a generar la repercusión necesaria en los plazos correspondientes y de pronto estábamos en Guerra. En serio. Yo antes iba a mochilear a Chiloé. La gente era un amor mientras no fueras un cochino de mierda e intentaras con todo tu estómago no parecer santiaguino. Ahora míralos, prende la tele, revisa tu Twitter. Están todos movilizados. Cortaron el paso. Fue una cagá de antología. Pusimos en Guerra a una isla entera y los cheques nos seguían llegando. En Santiago se culpaba a las empresas salmoneras, e incluso llegaron mensajes de apoyo desde otros países. Volvimos al departamento y el Claudio se fue desmoronando mientras consumía más diarios y más tele. Siempre he dicho que esa mierda hace mal. Desde la productora nos aseguraban que la campaña era un éxito, pero eso al Claudio no le bastó. No habló en semanas. Fue cuando dejó de fumar que me empecé a preocupar. Me acordé de lo contento que lo pusieron los plumones morados. No encontré más, pero compré cogollos morados. Volví y me encontré con un marco hueco que en otra vida había sido ventanal (y a veces, pizarra). Los vidrios caían como llovizna y aterrizaban sobre el Claudio. Mira, mira por el ventanal roto. Son catorce pisos. Ahí aterrizó. Esa mancha que parece mancha. Eso es lo que quedó del Claudio. Otra vez: no entiendo cuando fue que la hueá se nos salió de las manos. Supongo que fue cuando nos dejaron de importar las colas, porque esa hueá te cambia. Ahora tenemos un millón de likes, un millón conchetumare. Tengo que ir a recibir un premio a Florida. Es una premiación internacional a las mejores campañas publicitarias. No cacho mucho inglés, pero se lo voy a dedicar al Claudio. Mañana sale el trailer y probablemente llegue otro cheque gigante ... Ya, ¿viste?, sabía que me ibai a mirar con esa cara de mierda. Mejor no te contaba nada. Siempre le dai color.