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  1. Nos llevaron a reparación.

    miércoles, 15 de febrero de 2012

    -¿Y, que ramos quieres tomar?

    -...

    -¿Qué ramos...?

    - ¡NO! -exclame, con rabia.

    -¿Qué pasa? -dijo el, un poco asustado.

    -Oh, nada, disculpe, es que me mató una tortuga.

    Se asomo por el escritorio y vio entre mis manos el pequeño aparato portátil reproduciendo un videojuego.

    -Si, disculpe. ¿Qué decía?

    Mi padre me miró con cara de que fuera un poco mas educado. Yo guarde mi consola y miré al tipo de las preguntas.

    -Te preguntaba qué ramos quieres tomar.

    ¡Ninguno!

    -Matemáticas, historia y lenguaje -miré a mi padre, en gesto de saber si aprobaba mi decisión, el la aceptó.

    El tipo hacía las preguntas. Yo jugaba, o miraba el celular, y mi padre respondía por mi.

    Fui molesto el mayor plazo posible. Cheques, charlas, firmas; eso.

    En el auto nos fuimos discutiendo sobre la utilidad del pre-universitario, en un claro debate a favor/en contra.

    Despertarme a las 10 de la mañana para tremenda mierda cuando solo quería llegar a la casa de mis padres (y eso si que era extraño).

    -Tenemos que ir al centro, hay que cambiar unos pernos de la rueda delantera izquierda.

    No dije nada, no podía estar mas cabreado y si abría la boca podría arrepentirme.

    Al llegar estuve tirado al sol unas dos horas esperando que nos atendieran. Miraba al auto, había algo familiar en el, como si existiese un tipo de conexión entre ambos. El tipo que debía sacar las tuercas fue a buscar unas herramientas, entonces yo me aproveché de su ausencia y me acerque al auto.

    - ¿Así que estas enfermo?

    El no dijo nada.

    - Parece que a ambos nos quieren reparar.

    Entonces me hizo un cambio de luces, y supe que me entendía, que no eramos tan distintos.

    - Pero nosotros no le hemos pedido a nadie que nos arregle, ¿no?

    Movió sus ruedas delanteras de izquierda a derecha, siendo una clara negación.

    - Entonces, ¿que hacemos?

    El motor comenzó a sonar y la puerta del conductor se abrió. Yo me subí por la del copiloto, no lo iba a manejar, el no quería eso, nadie quiere sentirse manejado.

    Iríamos a donde fuera, el destino no importaba.

    ¿Pararíamos?, quizás. Cuando el hambre nos ganara, o una llanta explotara. Pero hasta entonces seguiríamos, déjennos perdernos, luego veremos que hacer.

    Comenzó a avanzar, y un imponente sol nos marcó el camino.

    - La radio no funciona -le dije.

    Hubo un silencio, pero luego entendí el mensaje.

    Nos fuimos cantando. Yo con la mirada perdida, y el curvándose a cada instante, como disfrutando el asfalto bajo sus ruedas.

    Después de todo, ninguno tenía arreglo, y así, eramos felices.

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